En su caso, la mejor noticia es la falta de noticias. Estos dos entrañables brutos siguen exactamente igual, sin moverse un ápice de los postulados que les empujaron a practicar, hace ya once álbumes, el blues-rock más ceporro, corrosivo, visceral y carente de sutileza del planeta. En los cambiantes tiempos que corren, saber que siguen existiendo bandas que no dan su brazo a torcer, que siguen exprimiendo la médula espinal de los pioneros a los que admiran buscando llevarlo un paso más allá en cada disco, es de agradecer. Y este dúo básico, guitarra y batería nadando en ríos de distorsión, sigue funcionando con la tozudez ya habitual. Pues eso, sin novedad en el frente, sin rastro de futura intención de hacerse más accesibles: desde la portada hasta la última nota de «Detroit House Party», todo se mantiene en su sitio, sin demasiado margen de maniobra pero logrando transmitir el intencionado bofetón sonoro con aroma a las charcas cercanas al Mississippi. Quien ya quedó anonadado con su primer sencillo, el tema que da nombre al disco, aquí tiene la sesión completa, hiriente y cruda como el mejor blues.
ELMO LEWIS
