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Joan Baez – Universal Music Festival, Teatro Real (Madrid)

«El último concierto de la última gira», recordó por si alguien no se había enterado la cantante mestiza, tan medio mexicana y medio escocesa como su propia música. Salvo cambio de última hora, el del Teatro Real enmarcado en el Universal Music Festival bien pudo ser la despedida de Baez de los escenarios, medio siglo después. Un adiós con la cabeza alta y los pies descalzos en un país, España, donde por diversas circunstancias —oportunidad histórica en plena Transición y afinidad lingüística— siempre tuvo una gran acogida, quizá incluso mayor que la del propio Dylan, más esquivo que la afable cercanía popular de la neoyorquina.

Con Dylan despachó a menudo en su adiós. Arrancó con un «Don’t Think Twice (It’s Alright)» que mostró que si bien el tiempo había cercenado su característico aullido, le había dejado prestado para sus últimos años una firme entonación de quien ya lo ha visto todo. Le acompañarían más tarde «It Ain’t Me Babe» y «Forever Young», pero la más definitoria fue «Diamonds & Rust», que comparte con el resto de selecciones dylanianas aquella melancolía romántica que tan bien sintetizó en su letra: «Aquí estoy, con la mano en el teléfono, escuchando una voz que conocí hace un par de años luz». Y así es: los 10 años de la canción se han transformado hoy en 50.

Rodeada por los eficientes Dirk Powell (guitarra, piano, mandolina, contrabajo), Gabriel Harris (batería e, hijo de la propia ctantente) y Grace Stumberg al acompañamiento vocal, aquello fue un festín donde Miguel Hernández, Woody Guthrie, Rosalía de Castro y Martin Luther King se dieron la mano. Baez saltó de «Llegó con tres heridas» a «Me and Bobby McGee» y pidió la eliminación de muros con «Deportee (Plane Wreck at Los Gatos)». Y, contra todo pronóstico, resultó particularmente convincente cuando se arrojó a los brazos del gospel y el R&B en unas fantásticas «No More Auction Block» y «Ain’t Gonna Let Nobody Turn Me Around».

Hubo, como cabía esperar, guiños para el público español —aunque sortease manifestaciones polémicas sobre los presos catalanes tras visitar a Carme Forcadell en la cárcel—: invitó a Amancio Prada al escenario para compartir «Adios ríos, adios fontes», concluyó su set con «Gracias a la vida» y en los bises sacó a relucir «No nos moverán», coreado recordatorio de que Baez formó parte intrínseca de una memoria musical generacional que reunió en el siempre impresionante Teatro Real a viejos progres, nuevos folkies… y a Cayetano Luis Martínez de Irujo y FitzJames Stuart. Las paradojas del folk urbano.

Pocos conciertos tan emocionantes ha visto uno, quizá porque la forma en que Baez se enfrentó a su adiós fue, como todo en su carrera, particularmente natural. Es posible que en algunos momentos aquello virase un poco al karaoke gratuito —¿era de verdad necesario empalmar «Imagine» con «The Boxer»?—, pero las últimas notas de Baez sobre el escenario fueron conmovedoras. No solo aquella «Donna, Donna» que siguió aguantando en su repertorio década tras década, sino especialmente una estremecedora «Dink’s Song» y su despedida: «Adiós, amigos, adiós». Y así fue: dio una última nota con su guitarra y exclamó, ya jubilada como cantante: «¡Adiós!» Hasta siempre.

Texto: Héctor G. Barnés

Fotos: Salomé Sagüillo

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