Discomático

Fontains DC – Dogrel (Partisan-PIAS)

Resultado de imagen de Fontaines DC - DogrelEmpecemos por el contexto. “Hay muy poco espacio para guardar las cosas, así que tengo todo por el suelo. Desde uno de los colchones se puede tocar la cocina”. Por poner un ejemplo extraído de Internet, en un pequeño estudio de Dublín compartido entre tres personas, un guardia de seguridad de 42 años se queja de la disparada del precio de los alquileres. Esto se ve agravado con la presencia de Airbnb y otras grandes empresas tecnológicas. Si le sumamos la imparable inmigración, la ausencia de viviendas sociales y una creciente especulación inmobiliaria, ¿quién no estaría dispuesto a encerrarse cinco días a la semana entre cuatro paredes para dedicarse hacer todo el ruido posible? Una desalentadora polaroid. Por supuesto, el perfecto caldo de cultivo para un disco como Dogrel.

“Mi infancia fue pequeña, pero voy a ser grande”, es la declaración de propósito sobre la que se vertebra «Big», el tema con el que se abre, encabritado y a por todas, el flamante debut de los nuevos niños mimados del art-rock irlandés. Si entendiésemos el pospunk como la perversión intelectual de la rebelión estética predicada por Malcolm McLaren, estos cinco veinteañeros nacidos en las faldas de la gentrificación cumplirían con todos los requisitos para convertirse en el grupo de moda: Grian Chatten (voz) gasta la mirada huidiza y descreída de Ian Curtis, no se siente cómodo jugando fuera de casa y lo enfatiza con su acento, herencia del barrio que lo ha visto crecer.

Instrumentalmente la banda suena tensa, rozando a veces la austeridad de los primeros Fugazi. Aunque también se destapa lo suficientemente cercana como para no salpicaros demasiado. Los Modern Lovers de la generación Fornite, quédense con esa imagen. A pesar de sus hechuras, su música suena tremendamente retro, heredera del surf y el garaje sesenteros. Y es en ese espectro donde los tipos se mueven con soltura, hilvanando expeditivas composiciones infladas de ironía, a medio camino entre el nervio de los desaparecidos The Fall, unos The Cure “imaginarios” fans de Hendrix, las clásicas cantinelas beodas de Shane MacGowan o la paranoia urbana de The Walkmen. Cinco jóvenes románticos adictos a la poesía de James Joyce. Como mínimo, suena un poco a gesta. Sigamos por ahí.

El disco (¡atención, spoiler!), con su título despectivo y su producción atropellada, amenaza con encabezar las listas de lo mejor del año. Está cantado y lo comprobaremos en unos meses. Porque su proclama está calando. Esa simbólica asociación de ideas en forma de bravata post-millennial conecta con el descontento de toda una generación alimentada con cucharadas de ambición, litros de exhibicionismo y ‘’likes’’ robados de Instagram. Quizás por eso han cometido la osadía de contrariar cualquier plan de promoción lógica, publicando como singles de adelanto ocho de los once cortes que acabaron formando parte del tracklist definitivo, estrategia que ha lastrado a Dogrel destapando dos de sus puntos débiles: el orden de las canciones, poco afinado para alcanzar una buena dinámica, y la falta de un elemento sorpresa.

Rechazar el status quo sin renunciar al éxito. Acabemos con esto. La ingenua irreverencia juvenil de la que hace gala el quinteto dublinés, muy presente en cortes como «Liberty Bell» —primer globo sonda lanzado en 2017— o «Boys in the Better Land», se antoja muy distante del fervor revolucionario de sus coetáneos Idles. Esto les aleja de toda suspicacia. Tampoco tienen mucho que rascar en el resentimiento pesimista de grupos como Shame, Fat White Family o Sleaford Mods. De manera que casi podríamos hablar aquí de una banda frustrada, pero en su justa medida. “Dublín bajo la lluvia es mía / Una ciudad embarazada con una mente católica”, masculla Chatten en «Big». Y para nada suena a impostado. Como cuando convoca al espíritu de The Pogues en la sangrante «Dublin City Sky», descubriéndose “tan borracho como letal es el amor”.

¿Encontramos por tanto aspiraciones en el seno de Fontaines DC? Sí que las hay, aunque en este caso los sueños de futuro lleguen impregnados por una manifiesta pátina localista de tono posadolescente, sencillez a pie de calle con la que los responsables del disco destacado de este mes han conseguido retratar brillantemente la cotidianeidad de la comunidad a la que pertenecen, a la manera de unos Dexys Midnight Runners embaucados por el brillo arty de The Strokes. Curiosamente, este anacrónico sentimiento de pertenencia podría haber surgido igualmente en el local de ensayo de un suburbio a orillas del río Liffey como en cualquier dormitorio del extrarradio de Madrid. Tan lejos, tan cerca, al final todos explotamos por el mismo sitio.

 

EMILIO R. CASCAJOSA

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