Encuentros

The Gold, whisky y speed a 40 grados

 

 

Vamos, routier, saca la grifa y límpiate el cerumen: tenemos supercombo a la vista. Suenan guarros, saben lo que se hacen y su ultra hedonista disco debut ya está disponible en Mean Disposition Records. Este sábado 18 vienen con toda la artillería al Sardina Fest (sala Upload, Barcelona) y compartirán cartel con The Oddballs, Futuro Terror, Bad Mojos y Hiroshima, además de dj’s hasta las 6 de la mañana.

Pongamos que somos una partícula de farlopa. Estamos dentro de una bolsa de plástico, denominada “pollo”, hasta que unas manos grasientitas nos sacan de allí ayudándose de una tarjeta de plástico, DNI o similar. Caemos sobre una mesa y después de machacarnos, nos menean para formar una fila blanca y afilada hasta que un billete gigante enrollado como un tubo, también llamado “turulo”, nos aspira a la velocidad del sonido en dirección a unas fosas nasales. Ascendemos pulverizando los conductos respiratorios del sujeto receptor y al golpear su cerebro comprendemos lo que está pasando: está grabando un disco con The Gold.

“Nunca he hablado de esto en una entrevista pero te lo voy a decir: hicimos todo el puto disco puestos de speed”. El que habla es Marky Las Vegas. Y pese a lo que cuenta, no todo en esta historia empezó así de bien.

Nada más llegar a Barcelona, su compinche, Kurt Milton Baker, perdió las drogas que traía encima en alguna parte del asiento trasero de un coche conducido por un fanático religioso. “Yo llevaba un poco conmigo cuando Mark y yo pillamos un Uber y nos dimos cuenta de que el conductor era súper creyente. Un buen tipo. Pero querría decirle que le dejé un buen regalo en el fondo del asiento…”.

Ninguno de los implicados sabe a ciencia cierta si el susodicho conductor se metió todo aquello, prendió fuego a su taxi y se unió a una secta del Llobregat. Pero seguramente SÍ. “Tío, perdió todas las putas drogas nada más llegar”, recuerda Marky detrás de un flequillo negro que se pelea continuamente contra sus ojos. “De todos modos, le dije a Kurt que no se preocupara porque sabía lo que iba a pasar en la grabación… las canciones también las habíamos escrito ciegos perdidos”.

Las composiciones a las que se refiere se escribieron en Madrid, cuando Las Vegas y Baker vivían en La Latina, diluidos en asfalto, nocturnidad y apocalípticos atardeceres. “Cuando empezamos esto nos llamábamos simplemente Kurt and Marky porque vivíamos en el mismo barrio. Era en plan ‘sí tío, somos del puto barrio tronco, estamos en la calle y hacemos rock and roll’. Así que decidimos que por qué no trasladar ese concepto al rollo New York City con influencias de la movida Detroit. Queríamos tener un sonido muy urbano”, dice Kurt pegando un trago mientras Marky le sigue con otro sorbo: “Queríamos hacer algo que a los dos nos gusta y que nunca habíamos podido hacer. Algo que fuese distinto a lo que habíamos hecho y con lo que la gente nos suele identificar. A Kurt se le conecta con el power pop del Combo y a mí con el garage o los Limboos”.

Cierto, los dos han sufrido el peso del etiquetado, especialmente Baker, que ha tenido que cargar con un título tan cutre como el de Príncipe del Power Pop ya que, supuestamente, el de King of Power Pop ya estaba pillado por Paul Collins en una imaginaria carrera de méritos más propia del reggaetón que del rock and roll marginal del siglo XXI: “Van a seguir haciéndolo hasta el fin de los días. The Gold no es una reacción negativa a eso pero sí algo que necesitaba hacer después de pasar tantos años haciendo canciones de un género específico. El último disco que he grabado como Kurt Baker Combo es un disco de rock and roll. Ni siquiera es power pop pero la gente le pone esa etiqueta igualmente”.

A las ganas de librarse de aquel yugo se unió un fulgurante deseo de fregar con la cara todas las barras de los bares nocturnos de la ciudad y el desencanto de un Marky Las Vegas que, tras años invertidos en The Limboos, veía cómo el grupo seguía su camino sin contar con sus servicios: “De pronto estaba en Madrid pensando “¿qué hago aquí?”. Yo llevaba mogollón de tiempo de gira y fue como si me diera contra un muro. No sabía ni qué hacer con la vida. Seguimos siendo muy buenos amigos y los Limboos son un grupo buenísimo. Es solo que fuimos en direcciones diferentes. No estaba mentalmente preparado para hacer una gira. Lo estaba pasando como una mierda”.

Madrid puede devorarte cuando te encuentras hecho una piltrafa. La ciudad no perdona y los neones de sus tugurios tampoco… te llevan al cielo y, entre tetas, copazos y medicamentos, succionan el rosado de tus carnes hasta dejarte seco como un mondadientes. Kurt es un buen ejemplo. Llegó a la ciudad hecho un retoño que parecía salido de un episodio de Daniel el Travieso y 5 años más tarde el vórtice de la ciudad lo ha convertido en una especie de animal reptiliano que respira y exuda rock and roll punkoide y eau de jaggermesiter como si se hubiera cambiado el nombre por Kurt “Curtido” Baker. El estadounidense asiente: “digamos que no me ha ayudado ni a hacer meditación ni a hacer footing por el río. Probablemente haya envejecido 15 años durante los 5 que llevo en esta ciudad pero así es la vida”.

En semejante escenario, sus canciones se convirtieron en el narcótico definitivo. La pareja estaba en racha y cada noche barbitúrica culminaba en una nueva composición. “Todo salió de forma muy natural. Escuchábamos discos o tocábamos un poco. Marky contaba alguna movida que le había pasado y soltaba una frase en plan “Man, I’m in trouble to trouble” (tío, voy de problema en problema). Y yo le decía ‘joder eso suena a canción’. Y casi sin darnos cuenta la componíamos”.

De aquellas madrugadas beodas surgió un repertorio visceral que apelaba a la mugre de los Heartbreakers de Johnny Thunders, al salvajismo antitodo de la Velvet y a la larga sombra de la polla de Chuck Berry. Marky traga su brebaje abruptamente: “El concepto del grupo es sincero. No fue como decir ‘hagamos una banda como los New York Dolls’. Pensábamos más en la Velvet Underground y estuvimos escuchando mucho a Lou Reed. La comparación con Thunders no me mola demasiado. Tampoco vamos de ese palo. Hemos metido canciones lentas. La premisa va más allá”.

Thunders, Chesterfield Kings, Stones, Fats Domino, Lou Reeed, Dead Boys, puedes llamarlo como quieras, la gasolina y el horizonte del grupo es el mismo: rock and roll fiel hecho para esparcir los testículos, atraer ovarios y exorcizar las miserias a lingotazos. El concepto, entre cigarros, muñecos de barro y estupefacientes quedaba claro: grabar una animalada ultra cachonda que rezume toxicidad neoyorquina y que sea capaz de enamorarte mientras te vomita en la oreja y os ponéis hasta arriba de todo.

Kurt se encargaría de la guitarra y Marky del bajo. Cantarían los dos. Y para completar la silvestre ecuación, reclutarían a otros dos tipos que, como ellos, han demostrado ser incapaces de encajar en la realidad sociocultural del siglo XXI: Oky Von Stoky, batería, y Mark O’Flaherty, guitarra.

Oky, ilustrado por tatuajes como “Rock And Roll” o un “Do What Thou Wilt” en torno a una tipa empelotada, es lo más parecido a un dibujo animado que verás en tu vida y uno de los mejores baterías que yo he visto en la mía. Veterano del submundo nocturno, pasó sus baquetas por los Nitros y sus pervertidas cuerdas vocales por Chingaleros. Toca en Imperial Surfers y Hollywood Sinners y desde hace años vive encima del bar en el que lleva currando toda la vida (La Vía Láctea), algo que le ha terminado convirtiendo, le pese o no le pese, en uno de los símbolos de esa Malasaña macarra, infracultural y etílica que nos transformó a todos en cenutrios rocanroleros de por vida.

O’Flaherty es un sabueso canadiense curtido en las batallas del planeta fanzinero a base de blandir el mástil de su guitarra con Chixdiggit!, un maxi-combo de inspiración ramoniana con el que grabó espléndidos caprichos popunk para disqueras tan ilustres como Sub-Pop o Fat Wreck Chords.

Con ellos, el peso de The Gold se reparte en un equilibrio imposible en el que cuatro personalidades tan chaladas consiguen, por arte de magia, mandanga y talento, compenetrarse como las piezas de un destartalado motor; potente, implacable y altamente inestable, como confirma Marky: “Sería muy complicado encontrar a gente que encajase y no se volviera loca a los dos días. Somos como la oveja negra de cada grupo”.

Una vez resuelto el póker, el cuarteto se presentó en Barcelona para grabar con Mike Mariconda, héroe del amplificador y productor magistral cuyo sonido de guitarras abrasa pezones como si fuera grasa hirviendo. Las Vegas ya había trabajado con él en proyectos anteriores, como sus Phantom Keys o los Limboos, y sabía lo que podía suceder: “Nos metió todo el rollo chungo de Nueva York que andábamos buscando. Porque él vivió eso en primera persona. También nos dio ese toque Crypt Records, en plan Devil Dogs. Las canciones eran bastante diferentes, había una que podía ser en plan Dylan o en plan Kinks. Nosotros queríamos que tuvieran una unidad sonora, que crearan un álbum con rollos diferentes pero fue Mike el que dio una forma unitaria a todo el disco. Él es parte de la banda”.

Con 40 grados a la sombra, las calles barcelonesas se derretían como queso cheddar y la banda tenía mucho que grabar en poco tiempo con lo que hubo que recurrir al whisky y al clásico doping para alcanzar la beoda disciplina marcial que solo la anfeta es capaz de inocular. Baker se inclina hacia la grabadora… “No habríamos conseguido hacer el disco si no llega a ser por la ayuda de las drogas. ¡Es la verdad! Y sé que un montón de gente que está leyendo el Ruta lo sabe y también las toma”.

¿Y qué iban a hacer? La vida es así para estos trastos. Viven el rock and roll como se vivía cuando los cromañones llevaban chupas de cuero y follaban en las calles. Toman drogas y componen canciones tan penetrantes como un consolador. No tienen plan B y tocan para pillar lo que les pase por delante. Son el penúltimo estandarte de un estilo de vida. Y saben convertir la mugre en oro.

Texto: Rafa Suñén

Entradas Sardina Fest: https://entradium.com/events/sardina-fest-6

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