Cinco años ha tardado la neozelandesa Hollie Fullbrook en lanzar un nuevo álbum con su proyecto Tiny Ruins. Un lustro de lucha, según cuenta, por recuperar la inspiración y encontrar un camino artístico motivador e ilusionante.
Al final lo encontró a través de diversas experiencias, muchas de ellas relacionada con el concepto de la libertad en todos sus aspectos, y el resultado es esta colección de canciones de belleza inquietante y ondulante. Un salto arriesgado respecto al folk amable y directo de anteriores entregas que quizás resulte desconcertante en un principio, antes de sucumbir a sus encantos. No es fácil, hay que desenmarañar el caos de efectos y arreglos sobre los que serpentea la voz de Fullbrook, excelsa como de costumbre, contando historias como si estuviese frente a la chimenea sin importarle si alguien escucha. El tema que abre y da título al disco es uno de los más quebradizos en cuanto a melodías y turbadores por su letra, marcando la hoja de ruta para el resto. Canciones sencillas y directas como «Holograms» son la excepción; la regla es el recitado irregular, el fingerpicking guadianesco, las ráfagas de mellotrones y arreglos de cuerda. No es extraño que una de sus fuentes de inspiración fuese un libro sobre Van Gogh, seguramente así es como sonarían sus pinturas.
Fidel Oltra