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Ian Paice, sala Barts (Barcelona)

No es tanto el hecho de que Ian Paice salga de gira cuando no está detrás de la batería con Deep Purple; una banda de por sí que gira con asiduidad y que actualiza el repertorio, digamos, poco. No, si el motivo de salir de gira es para «no quedarme en casa bebiendo cerveza y viendo futbol o jugando al billar» (así lo justificó desde el escenario), entonces, bendita sea la carretera. Todos sabemos que la mayoría de músicos a esa edad, 70, necesitan de actividad continua para no perder la forma. El problema es con quién sales y qué tocas. No Ian, ¿porqué carajos te obligas a tocar una noche más «Hush», «Perfect Strangers», «Black night», «Smoke on the water» y «Highway star»? ¿Para qué? ¿No te aburres? De acuerdo, «Stormbringer» estuvo bien. Y «Mistreated», reafirmó que Paice echa en falta tocar con Purple algo más que el material que cantó Gillan. Pero en casos como estos, sería más honesto abarcar la carrera de uno como músico en el esplendor de su totalidad.

Es decir, pasar por los temas más profundos de Purple, parar en Whitesnake, recordar a Gary Moore, y por qué no, enseñarle al público que grabaste un disco único e indispensable pese a su nula repercusión comercial: Malice In Wonderland, junto al inconfundible Tony Ashton y tu colega Jon Lord. En su lugar Paice sale a tocar con unos tipos italianos (los llamados Perpendicular) que se ganan la vida imitando a Purple, y artísticamente, no ofrece nada de nada. Es más, estos tipos no son buenos tan siquiera. El bajista era aceptable, lo compro.

El pobre cantante tenía la labor de interpretar canciones de dos tipos tan diferentes como Gillan y Coverdale. Lo compro también. Pero el teclista mató la delicadeza de los fragmentos en los que él debía destacar. Lo suyo en «Child in time» fue atroz, no menos que la introducción rápida y forzada de la épica «Perfect strangers».

El guitarrista, por su parte, no tuvo un solo momento de brillo. No porque no lo intentara, sino porque el tipo no tenía tono, sonido o ninguna otra peculiaridad brillante. Si vas a tocar canciones de Ritchie Blackmore, al menos toca como el diablo. Pero no como un pobre diablo. Para más inri se le fastidió el amplificador en la segunda canción y eso obligó al resto del grupo a improvisar. Que por otra parte estuvo bien, por ver a Ian swingeando aquí y allá. Pero también ese detalle enfadó a Paice, pues veía como el tipo, en lugar de preocuparse por su ampli, se paseaba de un lado a otro esperando que alguien le diese una solución. En cuanto apareció un nuevo amplificador, Paice cortó con la Jam, y enfadado, inició la versión de «Fireball» más escacharrada que haya auscultado nunca.

Paice, él, tocó muy bien. Hubo cosas en las que fijarse: el caminar de su charles, los detalles en los platos, los ligados de goliat y timbal, el tempo siempre impecable… Por supuesto, es de admirar que siga tocando con esa facilidad, pues los bateristas de rock son siempre las piezas que pierden la fuerza y la frescura con los años. Cosa lógica, hay detrás un esfuerzo físico titánico. Pero aún así, debe esforzarse más si sigue girando cuando la banda madre está hibernando.

¿Porqué no hace una llamadita a Neil Murray, Bernie Marsden y a un teclista competente? Sería infinitamente más excitante que seguir viéndole acompañado de músicos pertenecientes a bandas tributo.

Texto: Sergio Martos

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