Alguien escribió una vez que las palabras son la cárcel de los sentimientos. Sin ponernos tan rotundos es obvio que la música por sí misma tiene la capacidad de transmitir cualquier tipo de emoción. Una realidad perfectamente asumible por la obra en solitario e instrumental de este guitarrista norteamericano participante de formaciones como Lambchop o Silver Jews. Sin ánimo de convertir su nuevo trabajo en un mero libro de ruta, su cambio de morada a Los Angeles se antoja determinante en la recreación de ese habitual paisajístico sonido americano, aquí apartado de su manifestación más abrupta y ligado a una tradicional y de tono espiritual. Adecuación en la que interviene su decisión de encargarse exclusivamente de las seis cuerdas en formato acústico, lo que le acerca más si cabe a referentes como John Fahey o Nick Drake («Call Me When I’m Breathing Again»). Sobriedad e intimismo al que sumará, hasta llegar al exquisito resultado global logrado, la encomiable labor de una banda de apoyo —que incluye la aparición de Bill Frisell— perceptible ya sea en su condición liviana pero esencial («Man in a Hurry») o bajo una colorida aportación («Fail Safe»).
KEPA ARBIZU
