En los últimos años, el tensiómetro de Bob Mould ha marcado más que nunca su calendario de canciones. Trece discos en solitario, más la gloriosa etapa de sus bandas pretéritas son carne de retrospectiva, aunque él no lo quiera. A punto de cumplir 60 tacos, y por tanto, en plena Silver Age, el ex Sugar ha visto desfilar delante de sus ojos una caravana de coches funerarios desde cuyas tintadas ventanas se reflejaba su trayectoria vital y profesional. Primero, el fallecimiento de su padre, en 2014. Poco después, el de su madre, y en 2017, su compañero Grant Hart sellaba de una vez por todas la imposibilidad de la vuelta de Hüsker Dü. En el ínterin, Mould se muda a Berlín desde San Francisco y cambia los amaneceres del río Sacramento por los anocheceres germanos, cristalizando así un temor a la vida y sus efectos aledaños. Se traslada a un lugar donde, a pesar de todo, los grados bajo cero no congelan los sentimientos. Sunshine Rock recobra el pulso con los parámetros del power-trio que él mismo patentó y eleva su presión arterial con la canción homónima, «What Do Yo Want Me to Do», «Sunny Love Song» y «Thirty Dozen Roses». Pero no nos engañemos: a pesar de ciertos títulos («Western Sunset», «Sunny Love Song», «Camp Sunshine»), este es un disco que aletea entre la furia y el llanto («I Fought», «Lost Faith»), que parece enérgico pero está impulsado por cierta sensación de derrota, cuando las circunstancias te obligan al prontuario. Y eso es lo que buscamos en alguien como él. No una ‘’masterpiece’’, sino sinceridad flagrante envuelta en capas y capas de una sola guitarra, que dan la bienvenida tanto al amanecer como al anochecer.
ÁLVARO FIERRO
