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Glenn Hughes vuelve a España rindiendo homenaje a sus días en Deep Purple

Lejos quedan los tiempos en los que Glenn apenas tenía dos o tres horas de autonomía al día. Lejos quedan los tiempos de ver cómo caía a sangre a todas horas por los orificios nasales, mientras se preguntaba a sí mismo porqué se había casado con Karen Ulibarri, la chica que le arrebató a su amigo del alma, el añorado Tommy Bolin. Son lejanos también, los tiempos en los que Glenn pasaba por ser el miembro más disfuncional de la sala Purple, y por inri, el más alejado de los focos mediáticos.

Mientras se acercan las fechas (1 de abril Barcelona, 2 Madrid, 4 Bilbao y 5 Avilés) voy a sumergirme una vez más en el viaje sicotrópico de Play Me Out; luego pasaré al álbum debut de Black Country Communion; de ahí a esas dos joyas que grabó junto a Chad Smith en la primera década del nuevo milenio (¿es «This is how I feel» la canción más bonita que se publicó en 2006?); tampoco me olvido de los discos junto a Trapeze; ni del buen hacer de Feel. Me alegro mucho de tener de nuevo a Glenn Hughes entre nosotros. Qué carajos, es una bendición.

Los últimos tres años de los setenta y la década de los ochenta en su plenitud, fueron un infierno para Hughes. No funcionó su alianza con Pat Thrall, y su aventura al frente de Black Sabbath apenas dio para tres o cuatro conciertos y un disco olvidadisimo. Su colega Coverdale intentó rescatarle para el proyecto inicial de lo luego fue Slip Of The Tongue. Pero Hughes seguía luchando contra sus demonios, enfrascado en una adicción que le costaba lo poco que poseía en los bolsillos. Era un paria, la clase de artista que ahuyentaba a todas las casas discográficas.

Afortunadamente, dio un paso al frente y empezó a cuidar de sí mismo. Los noventa le vieron rejuvenecer, editando discos a mansalva y colaborando allá donde le llamaban, ya fuese en discos tributo, como en colaboraciones con Keith Emerson o Tony Iommy (de nuevo). Ha sido, por otra parte, su carrera en el nuevo milenio la que le ha visto reinar y coronarse como el tipo con la carrera más interesante de la Saga Purple. Mientras que los propios Deep Purple acabaron convirtiéndose en el vehículo de exposición para Ian Gillan, Blackmore siguió enfrascado en el mundo medieval y Coverdale perdía voz y credibilidad a cada paso, Hughes arrasaba (artísticamente) en cada concierto que ofrecía y en muchos de los discos que editaba fuesen o no a su nombre.

Ver a Hughes hoy en día sigue siendo un ejercicio de catarsis emocional. Le ves y no hay un atisbo, nada que te haga pensar que anda cerca de cumplir los sesenta y siete años. Su voz raya a un nivel altísimo; demasiado alto en opinión de algunos, pero no en la mía. Si él quiere lucir esa potencia que todavía asombra a propios y extraño, es libre de hacerlo. Hay en él un demasiado de ‘yo’, pero es que Hughes es como un chiquillo. Sale al escenario y se lo pasa en grande. Las emociones le llevan a ese estado. Estoy aquí, allá y donde puedo. ¿Han escuchado como sigue tocando el bajo? El tipo pudo haber pertenecido a Sly And The Family Stone, tiene ese groove. Funk/Soul/Rock. ¡Fuego!

Tuve la suerte de ver a Glenn al principio de esta gira. Créanme, los que llevan tatuado metafóricamente el periodo Purple 73-76 en su interior, van a alucinar con lo que oirán. Hay muchísimos detalles que van a tocar la fibra a los ‘conoisseur’ de todos aquellos directos de la época; el Long Beach junto a Bolin, el bolo final de Blackmore en la gira de Stormbringer… No les adelantaré sorpresas. Pero abróchense los cinturones: es un viaje alucinante.

Texto: Sergio Martos

Fotos: Alberto Belmonte

 

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