Músicos malditos. Músicos de culto. Músicos a los que sólo conocen cuatro gatos. La atracción por esos artistas cuyos innegables méritos artísticos no reciben la merecida respuesta del público siempre ha estado ahí. El gusto por escarbar en discografías subterráneas y descubrir pequeños tesoros semienterrados es inherente al aficionado al rock menos acomodado.Esta entrega, Kid Congo Powers.
KID CONGO POWERS
El nombre de nuestro protagonista de hoy no es –o no debería ser- desconocido para todos aquellos que deambulan por trastiendas y callejones musicales siempre en busca de ese nombre maldito por y a descubrir. Y entendemos que deberían saber de él ni que sea para reconocerle militando en las filas de bandas legendarias como The Gun Club, The Cramps o los Bad Seeds de San Nicolás. Pero pese a su incuestionable carisma y aportación al sonido de cada uno de esos combos, su figura siempre quedó un tanto –digamos- desvaída por la personalidad de sus jefes y, por otro lado, tampoco estuvo el tiempo suficiente en cada formación como para alcanzar el estatus, en la memoria colectiva, de un Blixa Bargeld, un Mick Harvey o incluso un Nick Knox.
En cualquier caso dejando aparte su participación en discos y directos de esos tres grupos, Kid Congo ha mantenido una carrera profesional interesantísima. Primero, y en la tradición del buen maldito, colaborando con Dios y con su madre; y segundo, construyéndose una carrera en solitario que, si bien un tanto tardía, necesita de una revalorización más que urgente. Vayamos no obstante al principio, como siempre, para situarnos en contexto.
Estamos en marzo de 1959 en La Puente, una pequeña ciudad veinte millas al este de Los Angeles. Allí, de ascendencia mexicana, nace Brian Tristan. Y allí pasa su infancia y primera juventud empezando a girar la gramola e interesándose en el rock chicano de bandas como Los Lobos, Tierra o Thee Midniters sin olvidarse, por supuesto, de los inglesitos de rigor: “el primer disco que compré fue un 45”con «Ruby Tuesday» y «Let’s Spend the Night Together». En la portada aparece Keith Richards llevando puestas esas gafas de sol negras como de mosca y pensé que era la cosa más cool del mundo”. Una fascinación por el aspecto visual del rock que mantendrá –y cultivará- toda su vida con una naturalidad sorprendente. Ya de adolescente se empieza a juntar con chavales mayores que lo introducen en el mundo de Zappa y los comics de Robert Crumb. De ahí a Bowie y con él la asunción de su propia homosexualidad a mediados de los setenta. Fascinado por el glam de T.Rex, Mott The Hoople y muy particularmente Sparks pero sin pasta para ataviarse ad hoc, se agencia telas y patrones y diseña su vestuario rematándolo con la máquina de coser de sus hermanas, convirtiéndose en habitual de la famosa English Disco de Rodney Bingenheimer en Sunset Boulevard.
Un viaje a Londres le planta en los morros a Siouxsie, The Slits, The Clash…sólo para cruzar el charco, parar en Nueva York, visitar el CBGB y descubrir a Heartbreakers, Dead Boys y demás. Una serie de experiencias con el punk que se entrelazarían con su ya consolidado amor por el 50’s rock más julandrón, formando los cimientos de lo que habría de ser su sonido personal de ahí en adelante. Poco después llegaría The Creeping Ritual –embrión de The Gun Club-, la pareja munster y las malas semillas en un viaje que le llevaría de 1979 a 1990 y que, por razones de espacio, consideraremos una elipsis necesaria.
¿Se estuvo quieto nuestro hombre al margen de las bandas en las que militaba oficialmente en cada periodo de esa época? No del todo.
Siguiendo su pista lo encontramos colaborando con el frontman de The Flesh Eaters, Chris D. en su por entonces nueva banda Divine Horsemen, ayudando con su slide en su elepé de debut Time Stands Still (1984). Poco después lo podemos localizar en Fur Bible, un fugaz proyecto junto a Patricia Morrison de The Bags que en 1985 legó al mundo tres canciones en un par de singles y hasta la vista. Salto hasta 1988 cuando de gira por Australia con Nick Cave, unos viejos conocidos llamados Tex Perkins y Spencer P. Jones le piden que les eche una mano en el estudio con su guitarra. Una sesión rápida, de un día, que dio como fruto el EP Hard For You y que Kid recuerda con cariño tanto por sus compañeros de grabación como porque en la sala de al lado estaban grabando nada menos que los Saints de Chris Bailey. Y ese mismo año en los Hansa Studios de Berlín se alía con Die Haut, banda semi instrumental en la que militaba Thomas Wydler, batería de los Bad Seeds, aportando letras y voces en el álbum Headless Body In Topless Bar (1988). Con los alemanes también saldría en una corta gira más o menos informal, con una alineación de vocalistas que quita el hipo: Nick Cave, Anita Lane, Lydia Lunch, Blixa Bargeld, Alex Hacke y Jeffrey Lee Pierce, aparte de él mismo obviamente. ¿Cuánto pagaríamos algunos por haber asistido a uno de esos shows? Personalmente, un pastón.
Todo ello hasta el primer registro enteramente a su nombre, un EP de tres temas titulado In The Heat Of The Night (1989) en el que mezcla rock y música de baile acompañado de un equipo de aúpa, a saber: Phil Shöenfelt, Robin Guthrie de The Cocteau Twins, Barry Adamson, la teclista de The Fall Marcia Schofield y Steve Young de Colourbox. Pieza de coleccionista hoy día, su principal interés radica en contener «La Historia de Un Amour», canción básica en su repertorio a partir de entonces y uno de sus temas insignia.
In The Heat Of The Night se podría considerar el pistoletazo de salida de su carrera en solitario o quizás mejor dicho, por su cuenta. Porque poco después de grabarlo Kid abandona los Bad Seeds y viaja a Los Angeles donde, a través de un conocido común, conoce a Sally Norvell, una actriz (aparece en un papel secundario en el Paris, Texas de Wenders) y cantante que busca un proyecto serio más allá de cantar standards de jazz en un club de forma esporádica. Sally había hecho sus pinitos en Texas al frente de The Norvells, un juvenil combo punk antes de embarcarse en uno de los primeros grupos de neo-swing con Austin’s Prohibition. Ambos sienten que hay química, reclutan una banda y empiezan a actuar en eventos de arte y en beneficio de enfermos de SIDA hasta publicar un primer Ep titulado Lullabies (1992) que hace que el sello Basura, filial de Priority Records, les ofrezca contrato. Había nacido Congo Norvell, una de las mejores y más infravaloradas bandas de los noventa (sonará exagerado pero lo reconozco, son debilidad personal) .
Para aquellos que no los hayan escuchado, Congo Norvell fueron una banda con una sonoridad exquisita y personalísima, practicante de un rock de espíritu cinematográfico, romántico y posmoderno que mezclaba blues, post-punk, jazz y cabaret con unas pocas gotas de folk en cada uno de los tres álbumes que editaron. O casi, porque si bien Music to Remember Him By (1994) se publicó sin problemas y les consiguió la aprobación de crítica y público atentos, su segundo trabajo The Dope, The Lies, The Vaseline (1996) quedó inédito cuando Priority decidió finiquitar su subsello alternativo. No obstante las copias promocionales ya habían sido enviadas y, hasta el día de hoy, no es demasiado complicado hacerse con un ejemplar pirata. Frustrados no obstante por no ver su disco en la calle se trasladan a Nueva York donde consiguen fichar para Jetset, con quien editarán su tercer y último elepé Abnormals Anonymous (1998). Un punto final inmejorable –el disco tuvo una notable repercusión- que incluía una versión del «She’s Like Heroin to Me» de The Gun Club y la participación en varios duetos de nada menos que Mark Eitzel, alma mater de American Music Club. Pero llegados a este punto diversas circunstancias personales les impiden girar regularmente y mantenerse como banda estable, así que deciden separarse amigablemente.
Llegaría entonces otro periodo de transición durante el que, inquieto y ubicuo como siempre, va dejando unas huellas que no cuesta rastrear, siendo la primera su participación en
Malediction (1999), el debut de Botanica, la banda de su amigo y colaborador Paul Wallfisch. Ello antes de entrar en un nuevo grupo denominado Knoxville Girls junto a Jerry Teel y otro viejo amigo y compañero, Jack Martin: “era un proyecto con Bob Bert de Pussy Galore y Sonic Youth. Me pidieron que fuera a tocar y pensé: ‘Oh, vale, voy a meter un poco de guitarra ahí’. Y acabé metiendo mi guitarra en todo lo que hicieron. (…) Hacían una especie de country/no wave. Un sonido muy neoyorquino, muy garagero, muy rockero”. Fichados por In The Red Recordings, en su corta pero intensa vida Knoxville Girls dejaron para la Historia tres interesantes trabajos: un primer disco homónimo en 1999, In The Woodshed (2000) e In A Paper Suit (2001). Fue por aquella época también cuando Michael Gira, aparcados momentáneamente sus Swans, le dio un toque para que grabara algo con The Angels of Light, colaboración que fructificó en varios momentos de How I Loved You (2001) y posteriormente Everything Is Good Here / Please Come Home (2003).
Y por último está su trabajo con el músico electrónico Khan, iniciado también a principios del nuevo milenio del que quedan como testimonio –aparte de una relación sentimental- varios singles, un elepé –Bad English (2004)- y diversas actuaciones conjuntas junto a Julee Cruise.
En 2001 no obstante Kid ya había dado forma a la que sería su banda hasta el día de hoy, The Pink Monkey Birds (bautizada en referencia a un verso en el clásico «Moonage Daydream» del Duque Blanco), y con la que volverá una y otra vez a ese garaje cincuentero tan deudor de lo chicano como de lo selvático, mezclando a Bo Diddley, el surf y las guitarras pasadas de fuzz con una actitud y una chulería innatas. Una primera encarnación junto a su siempre fiel Jack Martin dio como fruto Philosophy And Underwear (2005), un debut prometedor al que siguió el magnífico Dracula Boots (2009), obra magna y sublimación de un estilo propio en doce grasientos y lujuriosos cortes que parecen emerger de la cripta de un castillo construido sobre un pantano en las llanuras de Marte. Entre ambos, un interesantísimo artefacto titulado Solo Cholo (2006) en el que Kid andaba trabajando desde hacía un lustro y que consiste en seleccionados retazos de su carrera y temas no publicados por un motivo u otro. Una magnífica manera de hacerse una cierta composición de lugar de todos sus movimientos desde mediados de los ochenta, de Die Haut a Khan pasando por Congo Norvell e incluyendo gemas del calibre de «You Hang The Moon For Me» o esa dupla «Plunder The Tombs / Headbolt» de Fur Bible que no fue en absoluto fácil de conseguir durante un tiempo.
A partir de ahí y disponiendo de una formación consolidada con Kiki Solis (Knife in the Water) al bajo, Ron Miller (Up The Academy) tras los tambores y Jesse Roberts (Sandrider, The Ruby Doe) acompañándole a la guitarra, los Pink Monkey Birds entregarán un tercer e igualmente fantástico disco titulado Gorilla Rose (2011) precedido de una maravillosa iniciativa de In The Red Recordings: el lanzamiento de una serie limitada de cinco singles del álbum a publicarse; una edición limitada a 250 copias de cada canción con caras B inéditas y de venta sólo por correo que, una vez agotadas existencias, se comercializaron conjuntamente en tirada igualmente limitada y titulada Five Greasy Pieces (2011). Ese mismo año aparece Tahitian Holiday, un directo grabado en una fiesta de graduación en el gimnasio de un instituto de Kansas, al que seguirán dos nuevos discos de estudio: Haunted Head (2013) y La Araña es la Vida (2016). Últimos capítulos –de momento- en la carrera de un artista único y fascinante uno de cuyos lemas siempre ha sido estar cerca de donde se cuece algo interesante para, de ese modo, absorber parte de la energía generada en beneficio propio. Y a fe que lo ha conseguido.
Eloy Pérez