La renovación del género vaquero vivida en las últimas décadas se puede ceñir objetivamente a unos pocos nombres realmente válidos si hablamos de la vertiente más pura del género. Y no cabe duda de que J.P. Harris estaría en esa reducida lista de escogidos. El barbudo de Montgomery acaba de lanzar uno de los mejores álbumes country del año y probablemente de todo lo que llevamos de siglo veintiuno. Todo en él es verdadero, desde una biografía de vagabundeo en trenes de carga ganándose el pan con cualquier trabajo que pudiera hacer con sus manos hasta las historias reflejadas en las letras de las composiciones. Ese inmenso talento que se entreveía en su debut, I’ll Keep Calling (2012), y que se confirmaba en su sucesor, Home Is Where the Hurt Is (2014), resplandece definitivamente en este nuevo disco del que no sobra ni un solo segundo. J.P. canta desde el corazón, hace tiempo que unas cuerdas vocales no me emocionaban tanto, en historias de ajenos sueños rotos, «Lady in the Spotlight», o demonios propios, su lucha contra la adicción a la botella, conmovedoras tanto «When I Quit Drinking» como «I Drink Alone», con la certeza del que ha encontrado en las canciones la mejor terapia y en la música el vehículo de redención para sostenerse en pie. Acompañado por un elenco de primeras espadas, Chance McCoy (Old Crow Medicine Show), Leroy Powell, Kristina Murray, The Watson Twins, deja para la posteridad una decena de temas que deberían sonrojar a esas hornadas de músicos que por ponerse una gorra y una camisa de cuadros ya se creen lo más. Y es que, déjenme tirar de tópico, el ‘’mojo’’ se tiene o no se tiene. Y Harris lo tiene. Puede que a veces los perros ladren a la nada, pero solo a veces.
MANEL CELEIRO
