La naturaleza póstuma de este disco no debería despistar al oyente arrastrándole hacia el vórtice del duelo, aunque cuesta permanecer indolente una vez te sumerges en su intensa declaración de intenciones. Está claro que ya desde el mismo título, What Would I Know? destila preguntas, tal y como apunta el mismísimo Kim Salmon en las emotivas notas interiores que lo acompañan; pero lo último —y suena duro decirlo así— de Mr. Brian Henry Hooper tiene más de resistencia que de rendición. Fruto de la fricción de un músico caminando hacia Dios sabrá dónde, esta colección de canciones es una brillante anomalía que simplifica la carrera de un compositor irreductible frente a la coyuntura que lo rodeó durante sus últimos años de vida. Dolorosamente intimistas pero tocadas por la lucidez de quien se sabe efímero e imperfecto, los diez cortes del álbum con el que el ex beasto dice hasta luego nos conectan con un taciturno doppelgänger de Bowie, máxima influencia del bajista y una de las referencias claves para definir esta obra lírica y sutilmente experimental. Acompañado por la guitarra inclemente de Gareth Liddiard (The Drones) y por unos demoledores arreglos de piano y cuerdas a cargo de Steve Boyle (Hungry Ghosts) y el violinista Jason Bunn (Penny Ikinger), Hooper se despacha con un disco difícil y absolutamente alejado del aburguesamiento de muchos de sus coetáneos. No en vano, sus canciones suenan como si el australiano se hubiera metamorfoseado en una suerte de Scott Walker poseído por la improvisación expresiva. Desnudo, solemne y rotundo; ora contemplativo, ora crispado y peleón, What Would I Know? resuelve el misterio de esta estupidez a la que llamamos rock’n’roll dejando todas las preguntas en el aire. Tremenda despedida.
EMILIO R. CASCAJOSA
