La idealización absurda de los años 80
Como bien señala el periodista musical Víctor Lenore en las últimas páginas de su más reciente libro, Espectros de la movida (Akal, 2018), la radiografía política expresada en estas páginas no es nueva ni original, ni arriesgada, pero sí necesaria y útil. Aun cuando Lenore aventure algunas de sus conclusiones fijándose menos en los datos que en pilares argumentativos (traídos de declaraciones, opiniones e intuiciones), sirven perfectamente las afirmaciones vertidas en este ensayo en tanto que sospechas e indicios. De cualquier forma, Espectros de la movida no es tanto un amplio estudio de época con afán de tesis incontrovertible como un ejercicio de crítica cultural ampliado, como los que ya suele publicar el autor regularmente en El Confidencial.
Y, para mí, lo más importante: es un texto que sirve de precuela de Indies, Hipsters y Gafapastas (Capitán Swing, 2014). Esto es, que Lenore traza aquí una línea temporal que ayuda no solo a entender los años noventa que explicaba en su anterior ensayo, sino también nuestros tiempos actuales. O dicho de otra manera: Lenore nos muestra cómo desde la política y la economía, las élites encuentran a través del tiempo modos inocuos y banales (pero de apariencia transgresora) para vehicular sus necesidades a través del consumo de productos más digeribles que “hacen la vida más insípida, individualistas y aburrida”.
Y es que justamente la intención de este libro, más que la denuncia –que también-, es señalar un estado de cosas y proponer una revisión crítica del relato oficial, buscando mostrar qué es lo que se esconde –e implica- tras el radiante fulgor de las lentejuelas, el petardeo y la vanidad del postureo de las subculturas ochenteras. Lenore quiere señalar las ambigüedades de lo que se nos presenta no solo como una época sin supuesto parangón en la historia de la cultura española sino como un tiempo pretendidamente feliz, prospero y sin aristas. Su intención es la de llamar la atención sobre cómo “la forma habitual de dominación ideológica de los años ochenta es mucho más sutil de lo que puede pensarse”. Y ello con el propósito de, siguiendo las formulaciones de la filósofa Marina Garcés, apostar por “una vida cultural que merezca ser vivida”.
La movida fue un chapuzón de nihilismo
A diferencia de Indies, hipsters y gafapastas, libro que, aun tomando la forma del panfleto, no dejaba de ser una suerte de auto de fe snobista, en Espectros de la movida tenemos a un Lenore más sereno y poliédrico, aunque –por fortuna- igualmente mordaz. Como dice César Rendueles en el prólogo del libro, es importante hacer “un esfuerzo de caridad hermenéutica” con esta época, y este es el consejo que Lenore sigue en su escritura. El motivo principal de libro: llamar la atención sobre el hecho de que “los contenidos culturales de la movida apenas atendían cuestiones de clase social, memoria histórica, explotación laboral, marginación y democracia económica” (asuntos que sí estaban en el underground setentero español).
El ensayo se divide en nueve capítulos más una coda, por los cuales van transitando músicos, políticos, artistas, periodistas, filósofos y sociólogos que le sirven a Lenore para apuntalar su relato, que viene también aderezado con anécdotas de tipo personal, recuerdos de su época infantil (que era la edad que tenía en los años ochenta); una infancia, en la que, dice Lenore, “nuestros mayores dejaron que nos educasen los medios de comunicación”.
En la visión de Lenore, los años ochenta son la apoteosis del consumismo, una época de yoísmo extremo, marcada por la “omnipresencia de algo tan cotidiano como la televisión […], de sonrisas, colegueo y euforia artística”, donde todo debía ser positivo y feliz. Una época en la que la cultura sirve como forma de desmovilización social. En el que las políticas públicas son de naturaleza cosmopolita en lo cultural, pero nihilistas y ensimismadas en lo social. Lenore cuenta que esto es fruto del estancamiento tras el franquismo y la sensación de urgencia de querer equipararnos a Europa, y que impele a los partidos de izquierda a fomentar que la gente adopte estilos de vida plurales, pero totalmente acríticos y apolíticos, solo comprometidos con el neoliberalismo. Y es que la política se veía en los años ochenta como algo “cutre, carca y casposo”. Esto provocó que el capitalismo, con su pasmosa flexibilidad, adoptara su lógica para fagocitar todo lo que de potencialmente subversivo hubiese en la movida. Así, la movida no sería una efervescencia que sigue a la caída de Franco, sino una continuación de las políticas franquistas (y que, hoy día, según Lenore, continúan vigentes). Una ofensiva neoliberal de la cual, escribe Lenore, “muchos acabamos siendo mitad cómplices, mitad víctimas”.
Pero no todo fue negativo. Valga decir que Lenore también rescata cosas positivas de los años ochenta. Por ejemplo, la normalización de opciones sexuales no normativas, el acceso más democrático a la universidad o el hecho de que los hijos de las clases trabajadoras por primera vez en la historia de España puedan servirse de los medios de producción y difusión de la cultura (aunque limitados a las disciplinas más baratas).
Lo transgresor no es subversivo
Sirviéndose de la idea marcusiana de la tolerancia represiva, concluye Lenore que las políticas del PSOE fueron determinantes en la hegemonía cultural de la movida, provocando una distorsión del mercado de las galas, favoreciendo la idea de los conciertos de estadio y fomentando un tipo de “celebración hedonista que ocupase el espacio público sin articular ninguna demanda política a la clase dominante”. Así, se podría concluir, según Lenore, que si no fabricó sí que coadyuvó el PSOE a crear un tipo de cultura que cumple un doble objetivo, el de servir a la promoción turística (para mejorar la imagen de España de cara al exterior) y a la relajación social (en aras de anular la antagonía política). Ello crea un paradigma que deja fuera a todos los que no estaban de acuerdo con esa cultura de la risa, lo absurdo y lo superficial (los cantautores politizados, el rock radical vasco, la rumba, etc), confinándolos a una suerte de apartheid cultural.
Así, fueron los años de la movida una época absolutamente corrosiva para los vínculos sociales, una época irónica en la que se instauró el postmodernismo y que sirvió para ”borrar de un plumazo décadas de militancia, torturas y autoorganización” y asimismo para inaugurar lo que el crítico cultural Ignacio moreno Segarra bautizó como “el largo verano neoliberal”, aplicado con entusiasmo olímpico por el PSOE. Como dice Slajov Zizek, una ideología cínica es ideal para el sistema, ya que la distancia irónica desactiva la contestación, por ello “el único modo de ser subversivo y cuestionar el sistema es tomárselo más en serio de lo que él se toma a sí mismo”. Esto es, en fin de cuentas, lo que nos propone Lenore: tomarnos en serio una época que se tomó a sí misma a risa.
Texto: José de Montfort
Tiene buena pinta, me lo voy a leer.