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51 Festival int. de Cine Fantástico de Catalunya (Sitges)

Cruzo a pie el puente del ferrocarril que da acceso al puerto de Aiguadolç y me encuentro el poliédrico edificio del Hotel Melià Sitges vestido con las galas del Festival de Cine Fantástico: un año más, volvemos a estar aquí. Esta maravilla de la organización se lleva produciendo ininterrumpidamente cincuenta y un otoños.

En éste, Kong ha seguido manteniendo su lucha, irreductible. Nuevo récord de espectadores, tras una efeméride tan importante como las bodas de oro del año pasado. Es cierto que quizá cada vez resulta más difícil encontrar las películas de terror que definen el festival, pero los títulos cabeza de cartel de esta edición han dado el do de pecho estilístico. El remake de Suspiria, de Luca Guadagnino, colmó las expectativas generadas y Clímax, de Gaspar Noé, fue mejor película (véanse reseñas individuales en la edición en papel de diciembre).

 

 

El drama rural Lazzaro Felice, de Alice Rohrwacher, ganó el premio especial del jurado, después de obtener el galardón a la mejor historia en Cannes, y Mandy fue distinguida por la dirección de Panos Cosmatos. El film vuelca su previsible argumento en un ritmo narrativo cercano al éxtasis de David Lynch, y su protagonista, Nicholas Cage, volvió a arrancar carcajadas con su afectación.

La mejor interpretación femenina fue para Andrea Riseborough, por Nancy, y la masculina para Hasan Ma’jun por Pig. El mejor guion recayó en el descolocante pero no menos desternillante vodevil alternativo Au Poste! del galo Quentin Dupieux. Gran Premio del público para Upgrade, un body horror australiano ultra violento. Mejor banda sonora para la pacifista Killing, del japonés Chu Isikawa, epítome de la no violencia samurái.

The House That Jack Built de Lars Von Trier fue la ganadora espiritual -y terrenal-, tanto como Matt Dillon, su actor principal. El danés es un creador implacable, una apisonadora incomprendida.

Mención aparte merece el cine latinoamericano proyectado, por descarnado, sencillo e inclemente. O Clube dos Canibais hace honor al creciente vivero de cineastas al que pertenece. Se podría hablar de un nuevo realismo fantástico brasilero, del que forman parte también Morto Não Fala, con su mugriento laboratorio forense, y A Mata Negra. Del certamen anterior habría que recuperar para esa causa As Boas Maneiras, una fábula onírica, y sobre todo Mal Noso: su diablo bañado en sangre es de cum laude.

De Argentina, destacó la maestría de Aterrados, auténtico corolario de sorpresas. Con lo difícil que es asustar hoy en día. Empezar bien puntúa doble, mantener la fuerza, triple. En Animal el personaje principal degenera al tiempo que peligra su supervivencia; sobresale el trabajo del papel protagonista de Guillermo Francella. De Colombia, una obra maestra de la narrativa: Siete Cabezas. La sutil interacción de los personajes posibilita una secuencia cumbre sublime.

Ghostland, de Pascal Laugier (Martyrs), podría parecer, por su cuidada producción norteamericana –canadiense en concreto-, que no es un film de autor. No se lleven a engaño, Laugier siempre aparece, esta vez con un giro de realidad que le permite apretar las clavijas al espectador, volviéndole a reintroducir, cuantas veces sea necesario, en el infierno. En el turno de preguntas posterior al pase de prensa nos confesó que no sabe exactamente de donde les sobrevienen las ideas; para crear sus personajes se basa en su vida personal y en las relaciones humanas que establece. Siendo así, a ver quién es el valiente que le invita a un café.

Con Under the Silver Lake y Fuga no llegué nunca a conectar a pesar de sus elaboradas propuestas dramáticas. De Galveston esperaba más. La cocción que le falta a los personajes es suplida por su sufrimiento individual y el simple paso del tiempo. No caló.

Dragged Across Concrete tiene un planteamiento acertado. Da la impresión de estar en la honda política de Clint Eastwood en Gran Torino, pero Craig Zahler no llega a las cotas de sensibilización del de San Francisco. Incluso en su anterior Brawl in Block Cell 99, presentada el año pasado, sube una pendiente más pronunciada para coronarla con una linealidad narrativa encomiable, basada en el poderío físico de Vicent Vaughn. Esta vez no es así.

 Assassination Nation inicia en el código “documental de ficción” para plantear el concepto de libertad individual y feminismo, y no escatima en sangre, pero si cae en la censura del desnudo. En la cola posterior los periodistas, con el mismísimo Carlos Pumares al frente, se quejaban amargamente de ese detalle. Y es que Sitges quiere sangre y carne, atributos únicos de la crudeza del espíritu.

Abrakadabra es un ejercicio cinematográfico estricto del giallo hasta las últimas consecuencias. Se han tomado la molestia de doblar la película al italiano para asemejarse a las producciones de la época, en la que los actores rodaban en diferentes idiomas para luego ser traducidos todos a uno común. Una excentricidad necesaria.

La secuela de Halloween firmada por David Gordon Green es solo la recreación del mito del asesino Michael Myers. Es más divertido ponerse la original una vez al año. Cometí el pecado de no ver Lords of Chaos, sobre la historia de Mayhem, pero sí vi la simbólica creación estética de Fonotune: an Electric Fadetale, que merece un debate abierto entre la gente del rock. ¿Cuántos resistimos en este mundo? ¿Qué desierto transitamos? ¿Qué bebidas isotónicas alienantes nos venden? En medio de ese psicótico devenir, Seiji, de Guitar Wolf, tiene una aparición estelar.

 

Texto: PACUS GONZÁLEZ CENTENO

 

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