Que mejor que comenzar rindiendo tributo a Ned Flanders y adelantar que acabé hasta los mismitos cojoncitos. Aburridito, aburridito. Pero primero retrocedamos.
Abrieron The Hanging Stars, de los cuales ya hemos hablado varias veces en esta revista. Banda a seguir, con un directo tan bueno como sus álbumes y canciones y que hicieron lo que siempre hacen, regalarnos 45 minutos de preciosas harmonías vocales envueltas en pedal steel y buenas vibraciones. No suelo yo usar esta última expresión, pero me vale también para describir de lo que BJM adolecen. Son famosos por ello. Su oscuridad, su aurea de banda de culto (aunque el documental “Dig” jodió su “credibilidad” y les expuso a un público mucho más amplio. De hecho, agotaron entradas en el Forum), y un líder, Anton Newcombe, que está como una puta cabra. Hay gente que va solo a ver quien de la banda se lleva una hostia esa noche. Y sí, no nos engañemos, son una drug band. Ellos y sus seguidores se ponen finos. Ir hasta el culo ayuda a aguantar un tema tras otro con la misma estructura, la misma dinámica… incluso los mismos acordes. Todo tocado con una parsimonia que espanta… Esto es lo que hubo. Un culto que jamás entenderé, al igual que el cartel de genio que le cuelgan a su líder. No me extraña que, de la banda original, solo queden él y Joel Gion, el panderetero. Para aguantar al primero se necesita un puesto como el del segundo, al cual, por cierto, parece habérsele borrado la perenne sonrisa de la cara. Eso sí que lo entiendo.
Texto y fotos: Javier H. Ayensa
