La búsqueda de un sonido único e identitario deviene para muchos artistas una quimera de la que algunos salen trasquilados y unos pocos suertudos acaban dando de bruces con su propio santo grial. Ray Lamontagne es uno que en su particular travesía quiso dejar atrás el folk más convencional de sus primeras entregas y dio un salto cualitativo con Gossip in the Grain (2008) para acabar adentrándose, lo mismo que otro coetáneo Jonathan Wilson, en terrenos psicodélicos de difícil digestión y empacho de fluido rosa Ouroboros (2016). En esta séptima entrega ha optado por suavizar el discurso reencontrándose con el Nick Drake más amable «To the Sea», manteniéndose cauto al transitar senderos bucólicos y melodías pastorales sin acabar extraviándose en el bosque y coexistir con Bon Iver y el guaperas de Father John Misty en esa suerte de agradable neo-folk de lánguida cadencia para tardes de domingo. Pero es cuando acelera un poco el pulso con «Paper Man» y su contagioso estribillo del mejor Elton John en el recuerdo cuando el asunto toma cuerpo, y su voz áspera de lengua de gato reaparece de entre tantas capas al abrazar el amperio en «As Black as Blood Is Blue» y ponerse persuasivo con un blues infeccioso y de alta toxicidad, «No Answer Arrives», que bien podía haber sonado bañado en luz roja en el Roadhouse de Twin Peaks. Para el cierre, los bellísimos siete minutos de «Goodbye Blue Sky» y un inicio muy «Wild Horses» volviendo a poner las cosas en su sitio y devolviéndolo a un territorio Floyd donde se siente cómodo y del que parece que va a resistirse a salir a corto plazo.
FRANK DOMENECH