Mark Kozelek se encuentra a Ariel Pink en el backstage de un festival cualquiera. Piensa que si ambos hubieran existido en los setenta, Ariel sería tan famoso como Bowie y él como Neil Young. La palabra diarrea se repite en bucle. Esta escena emerge como escogida al azar en «The Mark Kozelek Museum», el tercer corte de este doble disco que corrobora la voluntad del artista en reiterar en ese estilo más cercano a la bitácora y en el que podemos disfrutar en primera persona de una amalgama de referentes que nos llegan a chorro, cuasi sin filtros, en unas composiciones en las que los límites de la locura y la cordura se difuminan y en ese espacio indefinido es dónde surge la magia y la inspiración. El que fuera fundador y guitarra de los míticos Red House Painters lleva consigo una leyenda de artista maldito, sumido en un océano de irascibilidad y sociopatía que le hace temible a fotógrafos, periodistas, compañeros de profesión e incluso fans, pero es precisamente ese punto de genio que proviene de la disfunción paranoide que habita en su mente el que hace que ese insano costumbrismo que nos transmite en cortes como «666 Post» o «Young Riddick Bowe» tenga un interés cuasi hipnótico.
RUBEN GARCIA TORRAS
