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Imarhan – El Sol (Madrid)

 

Siempre es enriquecedor comprobar cómo artistas del hemisferio sur, lejanos a los focos fútiles y la volatilidad de las tendencias musicales, nos muestran que otra manera de entender la música es posible. Acomodados, como estamos por estos lares, en la burbuja del rock –etcétera– occidental, no está de más que de vez en cuando movamos ficha en otra dirección, en busca de nuevos formas musicales y culturales.

Por eso, el pase de los argelinos Imarhan supo tan bien; porque la espiritualidad y honestidad creativa con la que acometen su música está en otras coordenadas referenciales, creativas. De enfoque. Su pasmosa facilidad para hibridar la elasticidad de una jam session con la fórmula matemática de la estructura pop clásica, hace que nos parezca fácil. No lo es. Además, a las consabidas connotaciones blues con aroma a Sáhara que se les presuponen, hay que añadir una manera de entender el groove, inevitablemente impregnada de su cultura, lo cual hace que, aunque sus canciones más marcadamente rítmicas se nos quieran antojar de ascendencia negra, los pliegues de éstas parezcan indicarnos lo contrario, dificultándonos la tendencia a la categorización a la que estamos acostumbrados. Cosas que ocurren cuando la música es más visceral que cerebral. Más espiritual que mercadotécnica.

Una serie de –benditas– contradicciones, que nos hicieron disfrutar de una experiencia pura, catártica. Profunda. La letanía norteafricana de «Azzaman», el ritmo frenético de «Imarhan» o el riff árido de «Tumast» son buenas razones para entender la pasmosa facilidad con la que nos hechizaron –dando pie a improvisadas danzas y caras de felicidad–. También explica que la prestigiosa disquera City Slang ponga rúbrica a la edición de sus dos álbumes. A cada cual mejor, por cierto.

 

Texto: Daniel González

Foto: Gelo Tomás

 

 

One Comment

  1. José Lanot Rodríguez

    Cada uno funciona con sus referencias personales, catalogando y categorizando de manera casi inconsciente, a veces buscando sólo una pared en la que apoyarse para no sentir el vértigo del «¿y ésto qué leches es?». Estaba disfrutando como un poseso del concierto cuando un amigo me dijo: «son los Temptations». Pensé: «es verdad!!!!», y a partir de ese momento todo (salvo las voces) me sonaba a la etapa psicofunk de los Temptations. Empezamos a hacer bromas acerca de si Norman Whitfield se había mudado al desierto a mediados de los setenta. Cuando se lo comenté al manager, sonrió y me dijo que los chicos no tenían idea de quienes eran los Temptations. Incrédulo, felicité a los músicos por el brutalísimo show y me agradecieron lo que entendieron como un cumplido, pero era cierto, la mayoría no los conocían (un par de ellos sí, de pasada, al mencionarles «Papa was a rolling stone»), me quedó claro que no eran una referencia para ellos. Desconcertado, me pasé un buen rato reflexionando acerca de mi amplia ignorancia, que me lleva a colocar las cosas en estrechísimas alacenas para poder contar con ellas con comodidad y sin perder el norte, y acerca de cómo gentes de diferentes épocas y lugares pueden llegar a (al menos a mi me lo parece) resultados con muchos puntos en común. A propósito, muy buena la crítica.

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