Ya no quedan bandas como ellos, pardiez. Brutos sin concesiones, auténticas piltrafas del arroyo neozelandés que parecen vivir en una pesadilla en la que Dead Boys intentan tocar tan rápido y alto como Motörhead, surgiendo de su cueva para afirmar que la actitud punk no ha muerto, aunque sus mayores vayan locos por pillar un contrato en condiciones. Ellos, conscientes de que sin rebajar su brutal y atronada intensidad están destinados a seguir reptando bajo tierra, van a lo suyo. Si hace escasos meses el sello Dirty Water recuperó su tremenda puesta de largo, ahora Slovenly publica su tercer álbum, demostración palpable de que no han perdido ni pizca de peligrosidad sónica. ¿Qué necesitan para destrozar los altavoces de tu equipo? Una mesa Tascam, a Tim Warren masterizando —es un decir— y un puñado de exabruptos hechos canción. Aquí, entre pechos tersos y entrepiernas no depiladas, piezas como «Gimme Beer or Gimme Death», «Lust for Evil», «Chernobyl Baby» o «Elvis Is Alive». Jamás ganarán un concurso de sutilidades, ni falta que hace.
ALFRED CRESPO
