La verdad es que se me hace ciertamente incomprensible entender la poca gente que se acercó a ese clon del Bobby Elvis de Sons of Anarchy convertido en rockero que es Matt Woods y su banda. Reúne el de Knoxville todos los componentes para que guste a los amantes de gente como Steve Earle, Ryan Bingham, The White Buffalo o John Moreland. Es más, me atrevería a afirmar con rotundidad que es imposible que te gusten esos nombres citados y Woods no. Inconcebible porque la propuesta es la misma. Rock americano de toda la vida, una voz rotunda pero más o menos convencional en el género, y muy buenas canciones. De hecho, si exceptuamos el último disco de Earle, y los trabajos del búfalo blanco, Woods se pasa por la piedra la discografía del resto. Un Moreland (que a mí me chifla), por citar a alguno, todavía está por componer un tema tan redondo como «Johnny Ray Dupree», en mi opinión una de las cinco mejores canciones de rock americano del siglo. Lástima, eso sí, que Woods optó por interpretarla en acústico, porque si no, las tres decenas de personas justitas que acertamos con nuestra elección nocturna hubiéramos volado. Fue un mini lunar en un show más que competente que fue de menos a más. Matt, como tantos otros, realiza un set acústico a medio concierto, en el que demuestra que es un absoluto maestro de las distancias cortas y que sus canciones son perfectamente defendibles en ese formato. No fue una noche inolvidable, porque el poco público, aunque voluntarioso, no pudo acabar de paliar la frialdad evidente, aunque consiguió que el músico se sintiera cómodo y dieran un concierto notable. De verdad, amantes del género, háganselo mirar.
Antonio Aguilar
