Candidato a disco más triste de la historia, A Crow Looked at Me (2017) mostró a Phil Elverum tratando de comprender la muerte de su esposa, la artista Geneviève Castrée, con un tono severo y despojado, oscilante entre la ternura y la impotencia.
Canciones inmediatas y presentadas como bocetos, la única manera de representar un vacío imposible de llenar más allá de la aceptación de nuestra condición material, finita y absurda, asunto difícil de entender cuando La Parca ataca a quien amamos. Más que curar, el tiempo lima el dolor, convirtiéndolo en algo parecido a la amarga aceptación, y eso relata ahora el de Washington: la amarga asunción (cercana a la traición) de que, efectivamente, la vida sigue igual y hay un difícil pero necesario equilibrio entre la necesidad de seguir adelante y el recuerdo resignado. Con lógica, el resultado es (ligeramente) más estructurado y reposado, amargo pero ligeramente distanciado, sin abandonar un estilo coloquial que, de manera no deseada, culminó en el disco anterior: trémulas confesiones íntimas ajenas a un excesivo formalismo, tal vez por no convertir lo inaprensible del sufrimiento en bencina creativa, de la misma manera que la escritura casi inmediata del ex-Microphones no busca el consuelo de la belleza en el dolor, preocupación extraordinariamente expresada en la disonancia que puntúa o quema la quietud acústica, en la estructura quebrada y casi indefinida de estas seis canciones.
Texto: JOSÉ LUIS TORRELAVEGA
