Discomático

Comité Eléctrico: 7 (Autoeditado)

No se trata de ser un inmovilista en el concepto musical, pero es cierto que se agradece, y muchas veces se hace necesario, recordar de dónde surge eso que llamamos rock and roll y cuáles son los instintos que lo pusieron, y ponen, en movimiento. Por eso resulta excitante chocarnos con propuestas como la de Comité Eléctrico, que sin un ánimo exclusivamente revivalista sí recupera, y hace gala de ella, buena parte de la naturaleza brotada, y posteriormente evolucionada, entre chupas de cuero, motos y tupés.

Surgidos como extensión grupal de ese verso libre bautizado como el Soldado Vasili, ahora se presenta integrado en pandilla para ponerle una vela, al margen de al diablo, a esos, intuimos, primeros cicerones del “mal camino” como pueden ser Ilegales, Lobos Negros o The Cramps, centro neurálgico, aunque no exclusivo, de la amalgama de amperios que alimenta a este quinteto asturiano.

7, que así se titula su disco debut, hace referencia, por si a alguien todavía no le había quedado claro el carácter irreverente del asunto, al mismo número de pecados capitales que adorna a la condición humana. Dicho lo cual a nadie debería de extrañar que los primeros riffs de la inaugural «Avaricia» ya destilen un boogie asesino que les hermana con su paisano, y cum laude en transgresión, Jorge Martínez (y secuaces) en su vertiente más primitiva y orgánica, una que les propicia expresarse con chulesca rabia en una inmersión todavía mayor en esas zonas abisales sonoras para desprender toda la «Ira» necesaria. Punk-rock en la mejor tradición de Mudhoney, compacto, recio y distorsionado, exuda otro homenaje a la necesaria fanfarronería como es «Soberbia», probablemente la mejor letra a la hora de buscar el entendimiento entre lo descarnado y el lirismo.

A pesar de su orgullosa condición de pecadores, Comité Eléctrico sabe lo que se hace, y muy hábilmente se fajan del más que previsible problema de homogeneidad que podría sobrevenir de insistir machaconamente en unos muy determinados parámetros, por muy controlados que estos se puedan tener. Para no caer en ello, la solución, llevada a cabo con éxito, supone mantener el espíritu genérico del disco pero desencadenando ciertos matices diferenciadores, alguno de ellos de linaje muy cercano a los ya expresados como la cadencia blues típicamente John Lee Hooker, o ZZ Top si se prefiere, elegida para cantarle a la «Lujuria».

Más alejado sin embargo de la línea predominante del álbum se instalan ese rock crudo pero melódico, que recuerda a Los Enemigos, visible en «Pereza» o «Envidia», dos piezas estilísiticamente muy conectadas, o el medio tiempo de estribillo rasgado pero con vocación coreable contenido en el tributo a la gula que es «Gastrimargia» .

Ya Barón Rojo hace tiempo sentenció que el seguimiento a este tipo de música nos alejaba definitivamente de la salvación, así que nada mejor para asimilar dicha maldición que regocijarse en ella. Algo de todo eso parece haber alumbrado los cerebros de esta banda asturiana que en su primera grabación construyen un monumento dedicado a glosar todas aquellas supuestas imperfecciones que persiguen al individuo envuelto en un eléctrico y desafiante contexto. Está más que claro que su rollo es el rock, y los pecados. Bendita combinación.

 

Texto: Kepa Arbizu

 

 

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