Monumental e indispensable defecación la que se ha cascado el trío cósmico a modo de milagrosa cabriola ceporra entre el humor descerebrado y la fuerza de un Apocalipsis mastuerzo. Cimentado en unos riffs de núcleo atómico a la altura de muy pocos hoy en día, el nuevo sopapo etílico-sónico de los psicópatas obliga al taruguismo como himno, bandera, constitución, y única ley. No necesitan más. Y nosotros tampoco. El cenutrio menú de hostiones ha sido esculpido, eructo a eructo, en la granja de Ross Knight, adalid de los garrulos y azote de la gilipollez —siempre que no sea la que sale de su atiborrado ojete—. Lo demuestra una vez más en un elepé lleno de barro que ofrece la hamburguesería habitual del grupo: melodías untadas sobre estructuras ultra simples, bofetones en los cataplines y cataratas de cerveza. Como todo buen discurso borrachuzo y al igual que su anterior trabajo, el ilustre zurullo psico-cósmico discurre entre momentos brillantes coronados por la excelente «Feelin’ Average», brutalidades revienta hojaldres sentenciadas con «Better in the Shed» y otras sandeces dignas del despelote etílico ejemplar como «Too Dumb to Die». No cabe análisis más científico porque no lo hay; a no ser que algún doctor en la sala se preste a explicarnos los efectos de toda una vida conservando el cerebro hundido en birra como si de salmuera se tratara. No le demos más vueltas, bajémonos los pantalones —no tengan miedo a mostrar sus atributos— levanten la lata y celebren, pilila al viento, su ceñudo gospel.
RAFA SUÑÉN
