Discomático

Barrence Whitfield & The Savages – Soul Flowers of Titan (Bloodshot – Promola)

Vivimos en una sociedad que va siempre con el pedal del gas pisado a fondo. Ya no hay tiempo, bueno, quizás lo hay, pero no sabemos organizarnos, para darse un respiro y deleitarse con todos los sentidos de un libro, un disco, una comida, de tomarse una buena cerveza o saborear sin más una copa, de un rato con los amigos, de las horas pasadas junto a la pareja, de los momentos familiares. Todo va tan deprisa que las horas vuelan y sentimos que el tiempo se nos escapa entre los dedos. A esa sensación ayuda, y mucho, la abundancia de información y de contenidos con los que constantemente nos bombardean los medios y las redes sociales.

Y en el caso concreto del tema que nos ocupa, la música, eso se ha llevado al límite dado que la cuantía de lanzamientos es inabarcable. A esa sobrexposición de referencias hemos de añadir el sobrevalorado concepto de la originalidad y el descubrimiento, localizar la última sensación, ser los primeros en hacerlo, tropezarnos con la postrera innovación de cualquier género, objetivo que frecuentemente nos hace saltar de un disco a otro, de una canción a otra, buscando esa chispa que nos obligue a darle al botón de repetir. Un vértigo, un sin vivir, que afecta tanto al melómano como a aquellos que nos dedicamos a escribir en los medios especializados. Una locura que echa el freno cuando vuelves la vista atrás y cansado de tanta novedad recorres las estanterías localizando aquellos discos con los que todo empezó. En sus surcos está el remanso de paz de lo conocido, del calor del hogar, de la zona de confort. Y no siempre hace falta bucear en el pasado, hay artistas contemporáneos que exprimen al máximo la fórmula de “si algo funciona no lo toques”, y que siguen facturando obras cuyo mayor valor es precisamente esa lealtad a una manera de hacer las cosas.

Podríamos citar cientos, hay tantos y tan buenos, y entre ellos no hay duda de que está Barrence Whitfield. Ejemplo clásico de infante de color originario del sur —nació en Jacksonville— al que los avatares familiares llevan hasta Nueva Jersey y allí empieza a cantar en el coro de la iglesia, más tarde la consabida retahíla de bandas de rock asociadas a la adolescencia que con la llegada de la universidad, quería cursar periodismo, quedan en el pasado hasta que un tropezón con Peter Greenberg en la tienda en la que trabajaba dio alas a su carrera. Barrence, un aullador en toda regla, se ganó la reputación de ser una verdadera bomba en directo, con actuaciones salvajes y descontroladas que invitaban al desenfreno y la jarana respaldado por unos Savages que calcinaban cada escenario que pisaban. Mucho ha llovido desde entonces y su trayectoria ha incluido acercamientos al country e incluso al rockabilly. Sea lo que sea su fidelidad al soul, el garaje y el rock’n’roll más primario y vitamínico se ha mantenido a prueba de bombas.

Y ahora, con sesenta tacos a cuestas y con los Savages de vuelta desde el 2010, no creo que sea la hora de cambiarse la casaca, ni él lo desea ni su público se lo solicita. Ya no es joven y nosotros lo somos menos, pero mantenemos el espíritu y las llamas del rock’n’roll continúan ardiendo en nuestro interior con la misma fuerza del primer día. Así que un nuevo disco del de Florida es siempre bienvenido, y más si se tiene el precedente de la grabación anterior, el muy recomendable Under the Savage Sky (2015), y de la estimulante gira española del pasado verano acompañado por Los Mambo Jambo.

Soul Flowers of Titan es, como podrán imaginar si han llegado hasta aquí, otra patada sonora en la entrepierna que grita: “¡Hey cabronazos, somos Barrence y los Savages y venimos a partiros el culo!”, y tan felices porque es lo que queremos, lo que necesitamos. Una docena de temas, con versiones de Willie Wright & His Sparklers y The Midnighters, repartidos entre rumboso R&B chorreante de sudor y abundante en punzantes guitarras, notable labor la del citado Peter Greenberg (Lyres, Customs, DMZ), y resueltos arreglos de viento, mención honorífica para el tórrido saxofón de Tom Quartulli, soul capaz de poner a bailar a un cementerio, garaje indómito, rock’n’roll llevado al límite del paroxismo, clasicismo blues, funk esquizofrénico, medios tiempos de calculado ímpetu y un par de baladas vieja escuela cocinadas a fuego lento. Nada que no nos sepamos de memoria. Sin embargo, ¡joder!, que bien sienta regresar a casa y encontrarte con que el pequeño gigante está de vuelta para contarte sus cosas.

 

MANEL CELEIRO

One Comment

  1. Javier Caja

    Sencillamente fabuloso…

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