Rutas Inéditas

¡Malditos seáis! Ben Vaughn

Músicos malditos. Músicos de culto. Músicos a los que sólo conocen cuatro gatos. La atracción por esos artistas cuyos innegables méritos artísticos no reciben la merecida respuesta del público siempre ha estado ahí. El gusto por escarbar en discografías subterráneas y descubrir pequeños tesoros semienterrados es inherente al aficionado al rock menos acomodado.

BEN VAUGHN: El discreto encanto de la sencillez

 

El impacto que generó en 1964 la aparición de los Beatles en el Ed Sullivan Show fue descomunal. A rebufo de aquella histórica actuación docenas, cientos tal vez de chavales americanos decidieron consagrar su vida al rock’n’roll. Uno de ellos fue un crío de nueve años llamado Ben Vaughn, nacido en la pequeña localidad de Camden, entre Philadelphia y New Jersey. El pequeño Ben ya conocía la música del diablo desde que su tío le había regalado un disco de Duane Eddy un par de años atrás, y desde entonces era oyente habitual del programa de Jerry Blavat en una emisora local, pero fue lo de Ed Sullivan el auténtico punto de inflexión: “aquello para mí fue un revulsivo (…) literalmente flipé con todo ese asunto de la invasión británica”.

¿Y qué hace el pequeño Ben? Pues lo que tantos otros mocosos de la época. Montar una banda en el garaje. Y luego otra, y otra. Años de aprendizaje, de descubrir la composición y de versionar a diestro y siniestro, hasta que a principios de los setenta su rastro se pierde durante casi una década. Se sabe que anduvo por la costa oeste,  se casó y tuvo un hijo, que el matrimonio no duró mucho y que fue de empleo en empleo sin, eso sí, dejar de escribir canciones. Hasta que a principios de los ochenta se emplea como batería en The Sickidz!, un combo de psychobilly, bajo el apodo de Sal Mineo’s Only Son (primera muestra de un sentido del humor que será constante en su carrera). Por otro lado una banda local, los Morells, versionan en directo parte del material compuesto por Ben en esos años.

Y ahí es donde empieza todo. Un programador del reputado club Folk City de Nueva York escucha esas canciones en boca de los Morells, le encantan y le propone a Ben que las cante él mismo en el escenario. Ese promotor y crítico musical era, por cierto, Ira Kaplan. Sí, el de Yo La Tengo. Dato para el anecdotario del rock, si eso…

Ben recluta a un colega para que toque la batería y en formato dúo con él a la guitarra, se presenta en sociedad. No tarda en fichar también un bajista y un acordeonista para dar forma al Ben Vaughn Combo, un nombre que empieza a sonar cada vez más entre los aficionados del área de NY. Se foguean en directo y graban un primer sencillo -”My First Band”-, que es todo un homenaje a las bandas garageras de los sesenta, incluyendo las suyas propias. A partir de ahí las cosas se suceden con rapidez. Consiguen un contrato y graban su primer LP, The Many Moods of Ben Vaughn (1986), al que seguirá en menos de un año su segundo y último trabajo, Beautiful Thing (1987). En ambos se sientan las bases del sonido que identificará a Ben en adelante. Esto es, potente rock’n’roll 50’s, guitarras limpias y surferas y baladas y medios tiempos de poso melancólico pero carcasa luminosa. No muy lejos de lo facturado hasta entonces por Jonathan Richman (con el que se le ha comparado hasta la saciedad, así que no íbamos a ser menos en esta ocasión), pero un tanto menos naíf. En Beautiful Thing, además, afloran ya algunas de las canciones que serán clásicas en su repertorio, caso de esa “Jerry Lewis In France” extraída como sencillo.

Pero diversos compromisos personales dan al traste con el Combo al cabo de poco. Tras producir a Das Yahoos (banda con miembros de los Sickidz!) e incluso cederles un tema, recupera temporalmente a los miembros del Combo, así como a otros invitados, para su primer trabajo en solitario. Y menudo trabajo, damas y caballeros. Blows Your Mind (1988) literalmente te vuela la sesera. Doce temas en los que no hay ni un solo relleno, un auténtico tratado de r’n’r, surf, doo-wop, country, blues, rockabilly…lo que quieran y más. Si alguno de ustedes no conocen para nada al artista y estas líneas pueden moverles a indagar, esta debería ser su primera parada. Porque es imposible no quedar prendado ante canciones como“Daddy’s Gone For Good”, “ El Rambler Dorado”, “Darlene”, “Trashpickin’”, “Tantalize”, “ She’s Your Problem Now”…y así una tras otra hasta conformar algo que, si no es una obra maestra, se le parece mucho. Una joya a archivar entre el homónimo de Chris Spedding de 1976, y el Rockin and Romance (1985) del amigo JoJo.

Culo inquieto como pocos, aprovecha un impasse en la promoción del disco para bautizarse otra vez  hijo de Sal Mineo -aunque esta vez como guitarrista- y participar en el proyecto Pink Slip Daddy, junto a antiguos miembros de la mini-saga Sickidz!/Das Yahoos. Con ellos tocará en directo, grabará un álbum y un EP y, ya puestos, se sentará tras la mesa para producirles ambos.  A principios de 1990 regresa con Dressed In Black, otro disco magistral con una nómina de colaboradores que corta el aliento: Marshall Crenshaw, Gordon Gano, John Hiatt, Alex Chilton o Peter Holsapple por citar sólo a los más conocidos echan una mano en este nuevo catálogo de rock’n’roll sin fecha de caducidad. La primera mitad de los noventa la dedica a seguir produciendo, a editar un recopilatorio –Mood Swings (1992)-en el que recoge lo más granado de su repertorio hasta el momento, regrabando algunos temas para la ocasión, y a lanzar un par de discos instrumentales y otro de demos caseras. Material interesante pero secundario frente a los pesos pesados de su discografía.

Entre 1995 y 1996 editaría dos de sus discos más peculiares. El primero, Kings of Saturday Night, es una colaboración “a distancia” entre él y Kim Fowley. Esto es, Ben enviándole la música al bendito orate y éste devolviéndosela con las voces. Un proceso que, sorprendentemente, parió un disco bastante cohesionado, pero lejos de la maravilla que le seguirá al año siguiente. Cubist Blues, publicado en 1996, es el resultado de dos noches en un estudio neoyorkino en diciembre de 1994. Bajo la idea de grabar un disco de blues con Alan Vega, una de las mitades de Suicide, al proyecto se acabó sumando de forma espontánea otro sospechoso habitual, Alex Chilton, y en unas pocas sesiones dieron forma a un disco pantanoso y espectral, auténtico blues abstracto –pero mucho más accesible de lo que pudiera parecer a priori- con un Vega absolutamente pletórico. Publicado por 2.13.61, el sello de Henry Rollins, en España hizo lo propio Munster, que se encargaría asimismo de algunos títulos suyos en el futuro.

Fue esa época, la mitad de los noventa, fructífera para nuestro amigo. En 1996 graba el tema principal para la serie 3rd Rock From The Sun, que se convierte en todo un éxito y le reporta notoriedad y beneficios, jugada que repetirá dos años más tarde, corregida y aumentada, haciendo lo propio con la sintonía de That 70’s Show. En este caso, además, vuelve a establecerse una conexión con Chilton pues el tema es una versión remodelada del conocido “In the Street” de Big Star.

Y en medio de ambas experiencias televisivas, su pièce de résistance, el disco que pudiera parecer la extravagancia de un músico con ganas de epatar pero que, en proceso y resultados, resultó todo un hito. Fan desde siempre de los automóviles Rambler (recordemos el homenaje que ya le tributó a la marca en Blows Your Mind), Ben declaró que en aquella ocasión había decidido “prescindir del intermediario”, así que convirtió su viejo Rambler de 1965 en un estudio de ocho pistas artesanal, y ni corto ni perezoso grabó un álbum entero en el interior del vehículo. El resultado, Rambler 65 (1997) es un disco que no sólo hay que escuchar y disfrutar, sino que hay que tener. Historia viva del rock’n’roll.

Un disco de material de archivo pre-Combo –The Prehistoric Ben Vaughn (1998)-, otro de country crepuscular – A Date with Ben Vaughn (1999) y otro más grabado en Escocia con miembros de Teenage Fanclub y Belle & Sebastian como invitados –Glasgow Time (2002)-salpimentan discográficamente una etapa en la que, tras el éxito de su tema para 3r Rock From The Sun, Ben hace fortuna escribiendo música para otras series de televisión y para el cine. De esa experiencia nacerá su trabajo de 2005, Designs in Music, un disco de bandas sonoras ficticias inspiradas en los trabajos más easy listening de maestros como Rota, Mancini o Morricone. Poco después iniciará uno de sus proyectos más interesantes: versionar de nuevo todos sus temas. De la mano de su banda por entonces, la Ben Vaughn Desert Classic, ofrecerá entre 2006 y 2007 los tres primeros volúmenes de Vaughn Sings Vaughn, un ejercicio interesantísimo que, lejos de refreír material propio, dota de una nueva perspectiva a una música que ya destilaba frescura desde un principio. Escuchar, recién duchadas y aseadas, canciones tan redondas como “Clothes Don’t Make The Man”, “Shingaling With Me”, “Trashpickin’”, “This Property Is Condemned”, “Darlene” o el tema del que tan bien se apropió Marshall Crenshaw, “I’m Sorry (But So Is Brenda Lee)”, es un lujo que muchos fans de Vaughn no esperábamos a esas alturas del partido.

Se abre a partir de ahí un tiempo sin nuevas referencias en estudio, que no implica falta de trabajo, por supuesto. Ben sigue ejerciendo tareas de productor (por sus controles han pasado desde bandas como Ween  o Los Straitjackets a leyendas como Charlie Feathers) y dirigiendo como productor y locutor su propio programa semanal, The Many Moods of Ben Vaughn, en la radio pública.

En 2014 retorna con Texas Road Trip y The Desert Trailer Sessions, dos trabajos casi simultáneos que se verán complementados con Five By Five (2015) y Piece De Resistance (2016), estos dos últimos firmados con su Ben Vaughn Quintet. Décadas después de su debut, el pequeño genio sigue regalándonos discos de otro tiempo, para estos tiempos.

Como cada semana deberíamos buscar la explicación (o la excusa) para encajarlo en la logia del malditismo. Entra de forma tangencial, debemos reconocerlo. De refilón, casi. Porque sin llenar estadios americanos, Ben sí ha conseguido ser más profeta en su tierra de lo que muchas veces ocurre. Su trabajo para televisión le otorgó la relevancia que sus muchos discos no habían conseguido. Que no le ha ido tan mal como a otros, vamos, más bien lo contrario.

Por otro lado, si bien es cierto que se ha relacionado y colaborado con artistas en los márgenes del mainstream, su trabajo con leyendas del country y el blues o muchos de los invitados a sus discos en el nuevo milenio, gente de mitad alta de la tabla, le hace subir varios niveles en tal consideración.

Pero no es menos cierto que fuera de Estados Unidos sigue siendo un artista de culto. Incluso aquí en España, y a pesar de la magnífica tarea de Munster (y de esta propia revista) por darle a conocer, sigue siendo casi un desconocido entre buena parte del público, incluso entre aquel sector que, por gustos y afinidades, debería saber de él. Pienso en mucho fan del rock 50’s que, por las razones que sea, nunca se ha topado con él o, si lo ha hecho, no ha sospechado que bajo esa imagen de tipo sencillo y amable, casi anodino, se escondía un rocker de la vieja escuela.

Eloy Pérez

One Comment

  1. José Fernández

    Olé, olé y olé. Un grande este señor.

    Pero un tirón de orejas por no mencionar a Lou Reed. Todo el mundo saca de lo de Jonathan Richman, y no digo que no, pero yo lo veo mucho más apegado a la fuente original en esos temas sensibles cantados con esa voz grave y reposada.

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