No es el cervecero y barbudo guitarrista santo de mi devoción musical. Tras destacar como hacha en la banda de Ozzy, substituyendo a Jake E. Lee, y lanzar un delicioso álbum de orientación sureña que se ha convertido en objeto de pequeño culto, Pride & Glory (Geffen, 1994), centró todos sus esfuerzos en Black Label Society.
Una formación puramente metálica que obtuvo el beneplácito de los fans pese a padecer con los años de una alarmante linealidad compositiva que solo tenía como motor propulsivo la potencia y la fuerza bruta aunque siempre dejaba una puerta abierta a la esperanza con algunos detalles sueltos que se salían un poco del patrón o sus recomendables álbumes acústicos, The Song Remains not the Same y los dos volúmenes de Book of Shadows.
Pero en este reciente lanzamiento da cuenta de ir en una dirección más contenida, que ya se esbozaba en el anterior (Catacombs of Black Vatican, 2014), con una producción ajustada que deja espacio a los matices y centrándose en descerrajar riffs certeros, de agradable espíritu clásico, y en apuntar maneras más melódicas en su manera de cantar, aproximándola al tono y fraseo de su mentor Osbourne, que benefician el acabado final y dan como resultado un más que correcto álbum de hard rock.
Manel Celeiro