Corría el año 1986 y me había obsesionado con Springsteen después de haberme convertido a su credo en el concierto de Montpellier un año antes gracias a aquella impagable peregrinación organizada por Jordi Tardà para cubrir la ausencia de fecha en España. Pedro, el hermano mayor de mi amigo Carlos era un ávido coleccionista de cuantos bootlegs en vinilo del Boss cayeran en sus manos y allanar peligrosamente su habitación en su ausencia para contemplar de cerca el muestrario y manosear las carpetas y sus fotografías, con predilección clara por las de la reciente gira BITUSA del Springsteen del músculo y la bandana para obtener la información gráfica de la que estaba ávido en la era pre-internet, colmaba los sueños más húmedos de un adolescente impresionable. De entre todas esas joyas me llamaba la atención en particular un triple vinilo de portada con fondo rosa y captura del héroe de perfil y camisa roja, telecaster decapada, mástil tieso y mirada al infinito en una pose legendaria que dejaba entrever lo que contendrían aquellas tres rodajas. Llevaba por título “Back to The Roots” y era la grabación íntegra del concierto en el Estadio Guisseppe Meazza de Milan el 21 de junio de 1985, la primera vez que el Boss tocaba en suelo italiano, y, un repertorio inmaculado, un sonido prístino y la hoy ya legendaria energía del público transalpino transpirando por los surcos convertían el artefacto en codiciado tesoro que debía conformarme con acariciar en una casa ajena.
Lo editaba el sello “Herpes Genitalis Records” con el 1001 como única referencia de su catálogo, estaba acreditado curiosamente a un tal Bruce Zirilli, o, como reflejaba la contraportada, Bruce Springsteen, el gran hijo de la dama italiana Adele Zirilli y mi obsesión iba en aumento a cada escucha furtiva de todo pequeño fragmento hasta el día en que me armé de valor para implorar la cesión temporal de la posesión, obteniendo por respuesta una mirada mezcla de sorpresa y horror que zanjaba cualquier pretensión. Fue sin embargo la mediación providencial de mi amigo Carlos, a cambio intuyo de ciertos favores inconfesables, la que propició días después mi salida de su casa con el bootleg bajo el brazo para acabar disfrutando en mi habitación de las tres horas de orgasmo auditivo más escalofriantes que recuerdo.
Fueron innombrables las tretas que llegué a tramar, siendo las más recurrentes el robo por unos desalmados o la destrucción del disco pasto de las llamas para evitar su devolución en el plazo y las condiciones impuestas, pero me vi irremediablemente forzado a despedirme de “Back to the Roots” al cabo de unos días como quién lo hace de un fugaz y estival romance adolescente hasta treinta años después, cuando hace unas semanas el largo rastreo concluyó en el website de una tienda de discos de segunda mano y venta por correo cerca de Philadelphia en cuyo email afirmaban disponer de una copia en buen estado, y su disposición a enviármela a cambio de un precio razonable. Entraba por la puerta de casa hace unos días para quedarse, poniendo un feliz final a mi cuento de Navidad.
Texto: Frank Domenech