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Lonely Boy: Historias de un Sex Pistol (Cúpula)

Tras los dos libros de John Lydon contando su versión —Rotten: No Irish, No Blacks, No Dogs (Acuarela, 2007) y La ira es energía (Malpaso, 2015)— era cuestión de tiempo que Steve Jones se sumase a la fiesta de desmitificación de la banda. Si hay algo que agradecer a ambos es que lejos de encumbrar y endiosar aquellos años, cuarenta han pasado ya, huyen de las ínfulas intelectuales para recordar que eran cuatro cazurros que no sabían hacer la O con un canuto. Así, la honestidad es el adjetivo que planea sobre las (pocas) páginas de las memorias del guitarrista. Jones no tiene problemas para admitir los abusos en su infancia, su pertenencia a una familia desestructurada, la cleptomanía, su estancia en la cárcel y sus fuertes adicciones, alcohol, heroína y sexo mayormente. Deja claro que el estrellato les pilló con el paso cambiado y que detrás había muchas artimañas de Malcolm McLaren, maquiavélico arquitecto de la subida del grupo a los altares. Ellos tan solo eran una banda de rock’n’roll con sus habituales preferencias musicales de la época. Sí, Steve Jones era fan irredento de Roxy Music y Rod Stewart, ¿pasa algo? Admitir que los Sex Pistols fue tan solo un accidente, un esfuerzo que les quemó y que lo que más le costó sobrellevar fue el agotador modo de vida —¡tío, soy el guitarrista de los Pistols!— con su permanente imagen de chicos malos, es de una sinceridad que muestra que detrás había unos chavales de barrio que eran felices tomando pintas en el pub de la esquina. Interesantes también sus recuerdos por ciudades como Nueva York, Los Ángeles y Las Vegas, periodo poco conocido cuando la prensa musical fijaba más la atención a los PIL de John Lydon. La pieza indispensable que cierra la trilogía.

 

MANUEL BETETA

 

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