Hay un instante, antes de cerrar el espectáculo con «Paranoid», en el que Tony Iommi toca un riff ocasional, una criatura luciferina, de efímera vida. Y es allí donde uno se da cuenta que esto se acaba, y que nunca oiremos a esa bestia en una canción de Black Sabbath. Majestuosamente estrenado en cine, The End of the End documenta el final de Black Sabbath como grupo y es un más que apropiado epitafio. Lo primero que uno percibe es un sonido espectacular, mayestático y claro, que muestra el estado casi zen al que llegan a la última fecha en Birmingham, la ciudad que los vio nacer en 1968. En este satori metálico, todo fluye con una suficiencia extática, especialmente la actuación de Geezer Butler, en el mejor trabajo que jamás he visto de un bajista. El comienzo con «Black Sabbath» es la declaración de intenciones definitiva, alfa y omega de este grupo y este género. Abundan los momentos cercanos, especialmente los primeros planos a las prótesis de los dedos de Iommi, y también los ligeros. Ozzy sigue siendo el payaso del grupo, y todo el tiempo está sacándole sonrisas a Iommi y Butler. Nada desde 13, solo clásicos en esta despedida a los que se suman rarezas como «Dirty Women» o «Under the Sun». El capítulo de entrevistas es correcto, como correcta y comedida es la mención sobre Bill Ward: una pena, pero la vida continúa. La joya del documental son las canciones que hacen en un estudio, días después del concierto final: «The Wizard», «Wicked World», y «Changes», con los tres personajes solos, en un momento agridulce y frágil. Síntoma del universo, todo lo que empieza algún día tiene que acabar.
DANIEL RENNA