Rutas Inéditas

Tom Petty & The Heartbreakers, «Así que (todavía) quieres ser una estrella de rock’n’roll»

 

Seguramente la pérdida más sonada del año para quienes hacemos o leemos Ruta 66, Tom Petty publicaba la primavera de 1999 Echo, su mejor álbum en mucho tiempo. Los Rompecorazones le acompañaban y le dedicamos un merecido artículo que aquí rescatamos.

UNO. Siempre me cautivó su sonrisa. Encuadrada en ese rostro angular de imposible cartílago nasal, incierta pero firme, con un toque de cínica gravedad. La misma mueca entre desafiante y cautelosa que hace poco asomaba por mi televisor, dando brillo a un rostro que ha envejecido con naturalidad. Entrevistado por la CNN, Tom Petty niega que el rock’n’roll sea cosa del pasado. Sigue vigente en lo que a él y su banda respecta, el problema es que se le ha tratado muy mal, se ha abusado de él prostituyéndolo en anuncios de coches y demás, afirma en cortas ráfagas. A continuación, unos planos de los Heartbreakers en acción, presentando su nuevo álbum, sumidos en el perezoso riff de «Swingin’». La actuación es parte de una gira americana que despegaba el pasado marzo con una serie de actuaciones en el sanfranciscano Fillmore y saltó el charco para su presentación en Londres. Una expedición y un disco que han devuelto a la banda el favor de crítica y público.

Echo es la clase de obra que renueva viejas alianzas, redefine el talante de su autor desde la madurez y anima a los cronistas a negar momentáneamente la certificada defunción de esta música. Una suerte de merecida revancha para un tipo que siempre anduvo esa fina línea que separa a los artistas genuinos del proceloso mainstream, un artista cuya excelencia ha estado en entredicho durante los noventa. Este renacimiento ha llegado también a los escenarios, donde la banda ofrece durante dos horas y media una mezcolanza de éxitos rearmados y el nuevo material, como es habitual aliñado todo por fogosas versiones de los clásicos, sean estos «Around and Around», «Lucille», «Green Onions», «Telstar» o «The Letter». Como si finalmente hubiera comprendido que es ya parte del patrimonio de la música americana, Tom Petty parece haber vuelto para reclamar su parcela en el olimpo.

Es un retorno del que presumiblemente no podremos disfrutar por aquí en vivo, ya que Petty nunca fue profeta lejos de su tierra y jamás ha pisado España. Hasta cierto punto resulta comprensible, pues el hábitat natural de sus canciones, desde que devinieran hitos radiofónicos, se encuentra en ese espacio real y al tiempo mítico que es la gran autopista americana, preferentemente al volante de un descapotable, con el viento abofeteándote el rostro y el volumen de la radio a tope. Una imagen tópica —y explotada por el cine: «American Girl» suena en El Silencio de los Corderos, «Free Fallin’» en Jerry McGuire— que parece encajar a la perfección en esos himnos transistorizados que los Heartbreakers, vibrante simbiosis de alientos californianos y elegancia sureña, han divulgado a lo largo de una carrera tan rica en éxitos como en contratiempos.

Por ahora deberemos contentarnos con lo que ofrece Echo, que no es poco. El álbum concentra con genio la esencia de toda una carrera musical: esas guitarras aceradas, sólidos entramados rítmicos y sedosos teclados, la voz de azufre y azúcar contando historias de perdedores resabiados y sueños no cumplidos. Añade, además, la cauterizada visión de quien ya ha cruzado el ecuador de la existencia y no vislumbra la anunciada serenidad de la madurez, sino un desasosiego mayor. No extraña pues que abunden las confesiones de quien ha visto como se curtía la propia alma, ha estado a punto de tirar la toalla, se niega a seguir viviendo con mentiras, aspira a mirar al mundo cara a cara… Y si estas canciones, pienso en «Room at the Top», «Won’t Last Long» o «About to Give Out», parecen más sentidas y articuladas que cualquiera de las que ha grabado en la última década, musicalmente la banda recobra su vigencia sin apuntarse a la telefonía móvil, sino todo lo contrario, potenciando sus raíces con autenticidad y solera.

DOS. Tom Petty nunca dio su brazo a torcer. El carácter independiente, rebelde hasta la violencia, de este nativo de Florida que hizo de Los Angeles su nuevo hogar, su propio mundo, quizás sea lo que mejor defina su trayectoria artística y vital. Nacido el 20 de octubre de 1950 en Gainesville, hijo de un vendedor de seguros, tuvo una revelación en 1962 cuando, durante el rodaje de la película Follow that Dream en Florida, Elvis Presley cruzó la calle para saludar a sus fans y le dio la mano. Al día siguiente le cambiaba a un amigo su tirachinas por unos discos de rock’n’roll. ‘’Aquello acabó con cualquier otra actividad en mi vida que no fuera la música’’, contaba años después. ‘’Ni te imaginas hasta qué punto me consumía el rock’n’roll. Y no podía elegir, era como una enfermedad. Estaba decidido a que nada me impidiera dedicarme a esto, tenía clarísimo que no iba a rendirme’’. A los trece años ya toca la guitarra, avistada en un catálogo Sears, que su madre le ha comprado. Se entusiasma con la British Invasion y entra como bajista en la banda de su instituto, los Sundowners, más tarde rebautizados Epics.

Cuenta dieciocho años cuando, en 1970, los Epics transmutan en Mudcrutch, banda semiprofesional cuyo repertorio de originales y versiones les hace populares en Gainesville, población al norte del estado más próxima al acervo Dixie que a la tropical Miami. En consecuencia, Mudcrutch se codean con los futuros componentes de Lynyrd Skynyrd y admiran a los hermanos Allman. En la banda, junto a Petty, figuran Tom Leadon, Mike Campbell y Benmont Tench. Después de grabar una maqueta en casa de este último, y de que Capricorn, la marca por excelencia del rock sureño, les rechace por sonar demasiado británicos, deciden viajar a Los Angeles en busca de una oportunidad. Bernie Leadon, hermano de Tom, lo había hecho y ahora estaba en los Flying Burrito Brothers con Gram Parsons. Tom Leadon se quedaría en casa al ser despedido de Mudcrutch por organizar la trifulca que motivó su despido del bar topless donde tocaban.

Corría 1973 y, con solo 37 dólares en el fondo común, se montan en una vieja camioneta Volkswagen y ponen rumbo al lejano Oeste. A la semana de llegar a la capital discográfica del país ya tienen ofertas de varias marcas; se decidirán por Shelter, el sello que publica los discos de Leon Russell. Mudcrutch entran de inmediato a grabar un álbum que se verá abortado por el fracaso de su primer single, «Depot Street». Condenados antes de nacer, se separan, pero Denny Cordell, gerente del sello, mantiene bajo contrato a Petty, que trabajará los siguientes años como letrista para Leon Russell. Con él aprenderá los trucos del oficio, además de verle trabajar con grandes como George Harrison o Brian Wilson.

Seguirá como letrista a sueldo hasta que en 1976 se produce un nuevo encuentro con el guitarrista Mike Campbell y el teclista Benmont Tench, que planean grabar una maqueta acompañados por otros dos músicos de Gainesville, el bajista Ron Blair y el batería Stan Lynch. Petty les visita en el estudio y acaba metido en el ajo, cambiando su papel de bajista en Mudcrutch por el de cantante y guitarrista en la nueva banda. Viendo color, les propone aprovechar su contrato con Shelter, con la condición de que su propio nombre anteceda al del grupo. A partir de este momento serán Tom Petty & The Heartbreakers.

Ese mismo año 1976 graban y lanzan su álbum debut homónimo, grabación que despunta por su austeridad casi retro, una banda de directo funcionando en temas cortos, pegadizos, con base rocosa, guitarras a lo Byrds, teclados gomosos, letras cortantes, voz desvergonzada. En las sesiones ha colaborado Dwight Twilley, que en aquellos días lanza su primer elepé con el mismo sello. Los críticos lo aplauden como anticipo new wave, pero lo único que les une al movimiento es la brevedad de las canciones y la chupa de cuero que Petty exhibe en portada. ‘’Hubiera sido muy fácil ponernos corbatitas y decir que éramos new wave, pero eso a mí no me parecía un reto’’, ha explicado Petty. ‘’Trabajar en el mainstream sí era un desafío, llegar a todo el mundo. Nunca he entendido eso de ser tan bueno que nadie te escucha’’.

El álbum tardará unos cuantos meses en consolidar su posición, pero en 1977, tras la tibia acogida inicial del single «American Girl» —a posteriori su canción más emblemática, cuenta la leyenda que compuesta un 4 de julio, iniciada por un verso imbatible: ‘’Ella era una chica americana / Educada a base de promesas / No podía dejar de pensar / Que había otra vida en algún lugar…’’—, el pegajoso e insinuante riff de «Breakdown» les aúpa al Top 40 americano. Es un reflejo, dicen, de su éxito en el Reino Unido, donde habían empezado teloneando a otras bandas y en cuestión de semanas ya eran cabezas de cartel.

En 1978 llega un segundo álbum, You’re Gonna Get It!, que mantiene el nombre de la banda en alza y les proporciona su primer disco de oro. Menos efectivo a nivel radiofónico, de sonido más endurecido que su debut, contenía los singles «Listen to her Heart» y «I Need to Know», y marcó un peligroso compás de espera. Tras su publicación, los acontecimientos iban a hacer peligrar una carrera emergente. Al ser absorbida Shelter por el gigante MCA, Petty expresó su descontento exigiendo la carta de libertad, a lo que MCA respondió con una demanda por incumplimiento de contrato que le llevaría a la bancarrota. Durante nueve largos meses, defendió su postura ante los tribunales, la idea de que el artista debe conservar la propiedad de su música.

Finalmente se llegó a un acuerdo y firmó un nuevo contrato con Backstreet, sello distribuido por MCA que en 1979 lanzaba al mercado su tercer álbum, Damn the Torpedoes. Petty sentaba un precedente que otros artistas emularían y la pírrica victoria era corroborada por las ventas del disco que iba a convertirle en superestrella. Además, su liderazgo en el grupo quedaba garantizado al desembarazarse de Denny Cordell y tomar como mánager a Elliot Roberts, que lleva los asuntos de Neil Young y Bob Dylan. Roberts se apresuró a clarificar ante los Heartbreakers que Petty era quien componía y cantaba las canciones, quien de ahora en adelante iba a aparecer en las portadas. Si no les gustaba el trato, era el momento de decir adiós. Todos se quedaron.

Damn the Torpedoes, producido por Jimmy Iovine, que venía de trabajar con Patti Smith y Bruce Springsteen, se beneficiaba de un sonido más corpulento y articulado que sus anteriores grabaciones. Todo en el álbum parecía encajar en un conjunto de radiante carrocería sonora puntuado por memorables canciones; basta con apuntar que incluye las todavía imponentes «Don’t Do Me like That», «Refugee», «Even the Losers» y «Here Comes my Girl» para comprender que alcanzara ventas millonarias y se convirtiera en compañero de giradiscos de Springsteen, que a punto estaba de editar The River, o Costello, que andaba promocionando Armed Forces. ¿Qué diferenciaba a Petty de estos ilustres coetáneos? En el caso de Springsteen, un pragmatismo que le alejaba de cualquier tentación melodramática; en el de Costello, la terca fidelidad a un estilo propio en su caso reñido con eclecticismos.

Además de cantar a dúo con Stevie Nicks «Stop Draggin’ my Heart around», en 1981 Petty publica nuevo disco. La resaca de Damn the Torpedoes queda magistralmente expuesta en el menos luminoso Hard Promises. Aquí están la impaciente «The Waiting», los ambientes sombríos de «Nigthwatchman» o «Something Big», el tono íntimo de «You Can Still Change your Mind». El álbum ha sido precedido por una nueva polémica al negarse el músico a que, aprovechando su popularidad, se venda un dólar por encima de lo normal. Siempre dispuesto a entrar en combate, organiza acciones de protesta entre sus fans, amenaza con titular el álbum $8.98, el precio correcto, y retrasar indefinidamente su salida. Finalmente MCA se aviene a respetar una vez más los razonamientos del artista.

En 1982 se producen cambios en la formación original de Heartbreakers: el bajista Ron Blair abandona y es sustituido por Howie Epstein, que ha estado trabajando con Del Shannon, a quien por cierto Petty producirá un álbum. Epstein debuta en septiembre en un concierto en Santa Cruz, California, y está presente en el quinto álbum de la banda, Long after Dark. A pesar de la prestancia de músicos cada vez más eficaces y centrados sobre si mismos, y de la inclusión de dianas como «You Got Lucky», «Straight into Darkness» o la lírica «Wasted Life», el quinto álbum de la banda resulta menos trascendente que sus antecesores. La fórmula estaba desgastándose, llegaba la hora de replantear algunas cosas.

TRES. Al terminar su gira de 1983, Tom Petty se toma unas largas vacaciones. Los miembros de los Heartbreakers aprovechan para colaborar con otros artistas —Don Henley, Roger McGuinn, Elvis Costello, Waylong Jennings, Carlene Carter, Sheryl Crow, Rolling Stones, John Prine, U2, Bonnie Rait, Ramones, Paul Westerberg, Alanis Morissette, John Prine o John Hiatt son algunos de los que han disfrutado de sus servicios mercenarios a lo largo de los años— mientras su jefe reflexiona acerca del concepto sobre el que girará su siguiente álbum, Southern Accents, un tributo a esas raíces ‘’redneck’’ que nunca ha abandonado.

Las sesiones se habían iniciado en solitario en el estudio doméstico construido con la ayuda de Jimmy Iovine. La gradual inclusión de miembros de Heartbreakers en el proyecto, la colaboración del veterano Robbie Roberston, y la participación del eurrítmico Dave Stewart dando un barniz moderno al asunto, acabó con los nervios del protagonista, que se veía encerrado con su banda y su familia bajo un mismo techo. Durante las mezclas, en un arranque de frustración, Petty lanzó un puñetazo contra una pared y malogró su mano izquierda. Se le dijo que nunca la recuperaría totalmente, lo que le jubilaba como guitarrista, pero su tenacidad pudo con el diagnóstico médico. Hoy, aunque semiparalizada, su mano vuelve a rascar las cuerdas de una Rickenbacker como la que la marca fabricó en su honor (el modelo 660/12TP, ya descatalogado).

‘’Es embarazoso recordarlo, porque me la rompí en un arranque violento, y la cólera no es buena’’, confiesa ahora. ‘’Aquella ira la alimentaban las drogas y el alcohol. Fue algo estúpido, tanto como ser un ‘hooligan’. Estaba asqueado, frustrado, y me destrocé la mano. Pulvericé cada hueso. La hice polvo. Creo que ahora soy mejor a la hora de controlar mis nervios’’. Todo este cúmulo de sucesos, que habían convertido una temporada de descanso en un infierno privado, daría como resultado un álbum desigual, aparecido en 1985, que mezclaba el himno rock «Rebels» y el pantanoso funk de «It Ain’t Nothin’ to Me» con el tono decididamente contemporáneo, percusión electrónica incluida, de «Make It Better» o la psicodélica «Don’t Come around Here No More», single que se benefició de un pintoresco video.

A continuación vendría el obligado doble en vivo y video-concierto Pack Up the Plantation: Live!, publicados también en 1985, grabados ambos formatos durante una gira que, al utilizar como decorado una bandera confederada, le había acarreado problemas con ciertas asociaciones demócratas. Petty solo pretendía rememorar su adolescencia sureña, el espíritu rebelde reflejado en las canciones de Southern Accents, pero se le acusaba de hacer apología de viejas intolerancias. Mientras, él cantaba orgulloso: ‘’Yo nací rebelde / Allá en Dixie / Un domingo por la mañana…’’.

Los años 1986 y 1987 marcarán un histórico paréntesis en la carrera de los Heartbreakers, que se ven transformados en banda de acompañamiento de lujo de Bob Dylan, que en principio les había reclutado para su participación en el primer Farm Aid. La etapa inicial de esta gira conjunta recorre Nueva Zelanda, Australia —en Sydney se graba el documento Hard to Handle, comercializado en video— y Japón; posteriormente se presentarán en Estados Unidos y finalmente viajarán a Europa. La experiencia doctora a músicos que, noche tras noche, aprenden a relajarse y seguir al instintivo genio en recreaciones de sus clásicos.

Por aquellas fechas su insobornable carácter resurge al denunciar a una marca de neumáticos cuyo espot televisivo plagia una de sus canciones. Como ya va siendo costumbre, gana el pleito y el anuncio es retirado. Se conocen asimismo sus enfrentamientos con autoridades locales para que permitan a Greenpeace repartir información en los recintos donde actúa y su colaboración con las asociaciones de veteranos del ejército y la fundación para la investigación del SIDA. Tom Petty, la celebridad que reside en la ciudad de las estrellas, sigue en cierto modo fiel al espíritu hippy de sus años jóvenes, cuando llevar el pelo largo era sinónimo de problemas en el viejo Sur.

Es la misma reverencia por lo ya vivido que ha decorado el escenario de su actual gira como si fuera un fumadero de opio: rancios tapices y cojines, velas e incienso sobre los amplis. La misma ideología que le ha puesto siempre en el punto de vista de personajes batidos por la vida, que le ha empujado a escribir sobre seres cuyas esperanzas empequeñecen día a día, sin que lleguen a comprender realmente qué fue mal. No ha perdido el contacto con la vida en la calle; sus personajes son hoscos y esconden debilidades, tan tercos e inquietos como él mismo. Les ofrece himnos que captan su voluntad frente al insoslayable destino, pero sabe que no siempre son agua clara; pueden ser egoístas y olvidadizos, combatir su inseguridad con cinismo.

CUATRO. El año 1987 se publica Let Me Up (I’ve Had Enough), álbum autoproducido que se abre con el impacto frontal de «Jammin’ Me», compuesta a medias con Dylan, y mantiene la consistencia en cosas como «The Damage You’ve Done» o «Think about Me». Queda lejos de la grandeza de Torpedoes o Promises, y abusa de la electrónica en algunos arreglos, pero aguanta el tipo. Lo que no evita la sensación de que los Heartbreakers parecen estar agotándose como banda. Quizás esa sea la razón de que Petty, el fan apabullado, se una al padrino Dylan, Jeff Lynne, George Harrison y Roy Orbison para grabar un puro divertimento —¿dinero fácil o cura de humildad?— a nombre de unos tales Traveling Wilburys. El resultado son sendos discos de platino para sus dos álbumes, The Traveling Wilburys de 1988 y Volume Three de 1990, el segundo ya sin el fallecido Orbison.

Su siguiente paso iba a ser todavía más preocupante para el futuro de los Heartbreakers como entidad, pues por fin se materializa el hasta entonces pospuesto álbum en solitario, que alcanzará un éxito sin precedentes. El contexto del disco nace de un desgracia personal: en 1987, un pirómano había incendiado su hogar, Petty y su familia salvaron la vida, pero todas sus pertenencias fueron devoradas por el fuego. ‘’Fue algo tan tremendo que alejó totalmente de mi cualquier sentimiento de rabia’’, cuenta Petty. ‘’Después de aquello solo quise cantar música ligera, alegre. No era consciente mientras lo grababa, pero ahora veo que deseaba llegar a algún lugar más liviano. Como quien ha sobrevivido a una accidente de avión, me sentía feliz de estar vivo. Que alguien intente matarte te obliga a reevaluarlo todo’’.

Paradójicamente la reacción a este hecho, que le empujará a vivir en distintos domicilios durante varios meses, sería su álbum más asequible y fresco. En 1989 Petty lanza Full Moon Fever, que ha co-producido con Jeff Lynne y Mike Campbell a partir de una sesiones espontáneas en el garaje de este último. La oxigenada colección, bañada en rayos uva por Lynne, permanecerá en el Top Ten americano más de medio año gracias al chispeante atractivo de «I Won’t Back Down», «Running Down a Dream» y sobre todo «Free Fallin’». Temas pegadizos, algo faltos de las aristas cortantes y poso emocional a que nos tenía acostumbrados, acompañados por su tardía lectura del «Feel a Whole Lot Better» de los Byrds. Le devolvía la pelota a Roger McGuinn, quien años antes había dado su aprobación al discípulo grabando «American Girl».

En la gira promocional del álbum le acompañan los Heartbreakers, que en 1991 regresarán tras unos años sabáticos con Into the Great Wide Open, álbum que aprovecha el tirón de Full Moon Fever pero no logra igualar su éxito ni su coherencia estilística. Producido por el mismo triunvirato que aquel, despunta en cortes como «Learning to Fly» o «Build to Last», canciones que se quieren teñidas por la realidad, en este caso el trasfondo de la Guerra del Golfo. Como complemento del álbum se rueda el video Take the Highway, filmación de conciertos en Oakland y Reno que aparecerá a principios de 1992.

En 1993 Tom Petty & The Heartbreakers miran atrás sin ira y cuadruplican el platino gracias a las ventas de Greatest Hits, sólida concentración de singles desvelando que, a pesar de la cohesión de sus mejores álbumes, son por encima de todo músicos dotados para el disparo que deja huella imborrable. Lo ha reconocido el propio Petty: ‘’No importa lo que digan, la vida nunca es más dulce que cuando tu disco es número uno. Es una gran sensación’’. Redondean esta operación, que termina su contrato con MCA, dos nuevas grabaciones, la elegía guitarrera «Mary Jane’s Last Dance» y su versión de «Something in the Air», único éxito del efímero conjunto británico Thunderclap Newman.

CINCO. En 1994 Stan Lynch, motor rítmico de la banda, se despide para dedicarse a la producción; Petty todavía le echa en falta cuando los Heartbreakers saltan a escena. Desde entonces varios baterías han pasado por la banda; el último, Steve Ferrone. Ese mismo año aparece el álbum tributo «You Got Lucky», en el sello Backyard, con grupos como Everclear, Silkworm o Edsel. Y se publica el primer disco de Petty para Warner, su nueva discográfica. Segundo en solitario, aunque los Heartbreakers participen en las sesiones, Wildflowers lo produce Rick Rubin y cuenta con invitados como Carl Wilson o Ringo Starr. Venderá tres millones de unidades gracias a golosinas melódicas como «You Don’t Know How It Feels», contrarrestadas por plenos aciertos como «You Wreck Me» o «It’s Good to be King». Aclamado como su trabajo más puro, el que le llevó a la esencia de su estilo y el favorito de sus fans, en mi opinión resulta demasiado largo y pierde fuelle por ello —aunque cierra con la enorme «Wake Up Time»—, carece de la garra que caracteriza otras grabaciones. La consiguiente gira bate records de asistencia en recintos míticos como el Hollywood Bowl.

Al año siguiente llega el momento de la recapitulación y el legado del caimán californiano es revisado en los seis discos de la caja Playback: 92 canciones en total, 15 de las cuales son caras B o rarezas y 27 inéditas, incluyendo material de Mudcrutch. Abarcando todos sus elepés oficiales, la antología muestra en su más amplia dimensión a una banda que no es únicamente una factoría de éxitos, sino una formación que conoce sus influencias, versada en distintos estilos musicales. De Beach Boys a Searchers, de Buffalo Springfield a Beatles, de Animals a Solomon Burke o Eddie Cochran, con ocasionales picoteos en el country, el blues, la psicodelia, el bluegrass o el surf.

La banda sonora de She’s the One, comedia escrita, interpretada y dirigida por Edward Burns, a quien acompañan Jennifer Aniston y Cameron Diaz, aparece el verano de 1996. El álbum sale a nombre de Tom Petty & The Heartbreakers y, además de un buen número de insípidos temas propios, incluye dos versiones, «Asshole» (Beck) y «Change the Locks» (Lucinda Williams). Nadie queda satisfecho con esta música, ni tampoco con la película que la motiva. Petty parece cada vez más perdido en la propia fama, incapaz de recuperar su impronta de los ochenta. Como ha escrito Bill Flanagan, ‘’a pesar del respeto y afecto que se le depara, nunca se le han puesto las cosas fáciles, nunca ha llegado a ese lugar donde sus excentricidades sean automáticamente perdonadas. Tiene que trabajar duro para mantenerse en la cima’’.

Echo, y las extáticas reseñas que llegan de sus últimas actuaciones —él las define como ‘’una fotografía de la música americana desde todos los ángulos’’—, indican que los Heartbreakers han vuelto a dar con un filón. Aquí están algunas de sus más honestas canciones, dando vida al que ahora mismo se me antoja el mejor disco que han grabado nunca. Superada la larga crisis de la cuarentena, recientemente divorciado, todavía fumador empedernido, Tom Petty suena más certero que nunca, y los Heartbreakers, de los que promete no separarse nunca más, despiden esa genuina vibración surgida de la sencillez de planteamientos, del estar un poco de vuelta de todo. La guitarra de Campbell, un tipo que jamás desperdició una nota, y la tenue luminosidad que aportan los teclados de Tench, se implican con admirable sequedad armónica en el latido rítmico apuntalado por Epstein, como siempre excelente en las segundas voces, y Ferrone.

‘’Es un momento excitante para los Heartbreakers’’, declara sin esconder su satisfacción. ‘’Ahora mismo es todo mucho mejor de lo que jamás imaginé. Es fantástico seguir mejorando como grupo. Normalmente, cuando una banda lleva tanto tiempo en funcionamiento, vive de su reputación. Pero veo que nuestra música mejora. Cada vez nos es más fácil hacerla. Y es muy agradable que sea así’’.

Además de su recia constitución artística, Echo nos comunica algo importante. Que al rozar el medio siglo de vida es posible renacer como persona y como artista. Y que el rock no siempre se agota por decreto biológico, no para los luchadores natos como él. Felicidades, tío.

 

Texto: Ignacio Julià. Publicado en Ruta 66, nº 153, septiembre de 1999.

 

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