Rutas Inéditas

Tom Petty: un emotivo adiós

 

Siempre fue un tipo aplicado el jefe rompecorazones. En este negocio (como en cualquier otro posiblemente) uno de los secretos de su éxito radica bien en el talento propio, bien en el de saberse rodear de aquellos que lo tienen. El Rubio poseía ambos, y se juntó en su Florida natal con aquellos músicos que pudieran entender ese don para las canciones que había despertado, lo mismo que para el otro icono contemporáneo del rock americano, Springsteen como no, al ver a los Beatles en el programa de Ed Sullivan.

Cuenta la leyenda, que antes de eso había topado con Presley en persona en el set de rodaje de una de sus bochornosas películas y ahí, con una imposición de manos del Rey, nació su amor eterno por el Rock. Sea como fuere, lo cierto es que ya desde su primera banda relevante, “Mudcrutch”, contando ya en sus filas con Benmont Tench a los teclados y su mano hasta el final Mike Campbell a las guitarras, se atisbaba un saber hacer fuera de lo común, y con la mutación definitiva a The Heartbreakers, comenzó una singladura majestuosa que solo un desafortunado truco del destino jugueteando con el nombre del grupo, y un corazón que se le rompió literalmente, pudieron parar.

Supo alimentarse musicalmente de referencias siempre válidas que le permitieron reflejar desde el inconfundible sonido Byrds de su primer padrino McGuinn a la Rickembacker de doble cuello (sempiterna “American Girl”), a apropiarse legítimamente de las canciones de sus ídolos, desde Diddley y Hooker a Davies y Cale, rindiéndolas con tal convicción (solo hace falta recuperar el bootleg extraído de la emisión radiofónica de uno de sus residencias en el Fillmore West en 1997) que podrían haber salido de su pluma. Se peleó con la discográfica y el alcohol, y la pagó con el espejo destrozándose una mano que podía haberle dejado fuera de combate, pero ya había hecho mella y obtenido el reconocimiento de sus propios referentes, acompañando a Dylan en su gira del 86, ingresando en esa institución de dudoso prestigio y merecido halago, The Rock and Roll Hall of Fame y su estrella brilla en el paseo de la fama de Hollywood.

Su producción discográfica, a la que muchos de nuestra generación accedimos a finales de los ochenta con aquellos discos teóricamente en solitario y sin los Heartbreakers en los créditos (aunque grabaron sus partes), de grandes canciones y la producción edulcorada típicamente ochentera de Jeff Lynne, quien se convertiría en su socio junto a Harrison, Dylan y Orbison en The Travelling Willburys, no sufrió bajones significativos. A tan alto nivel, todos podemos ensalzar nuestros favoritos, “Damn the Torpedoes” (1979), Hard Promises (1981) y, sobre todo, el que para muchos es la joya de la corona “Wildflowers” (1994), sin embargo en cada una de sus nuevas entregas habían un puñado de canciones que interpretadas en concierto cobraban una nueva dimensión.

Porque Tom Petty & the Heartbreakers fueron, en gran medida, músicos de directo que se prodigaron en los Estados Unidos, un mercado natural que sabían garantizado, y poco por una Europa donde sus incursiones esporádicas fueron menguando a medida que los años sumaban y que los promotores decidían no asumir el riesgo económico de un monumental fiasco (solo recordar el de The Who en Barcelona en 2006). Gozaba, eso sí, de una sólida base de fans que se iba incrementando con los años hasta convertirlo en el santo grial de los amantes europeos del rock americano, y que se desplazaron en buen número para su gira por el viejo continente de 2012 y finalmente para su única, y a la postre última cita con el mismo, en Londres para celebrar el 40 aniversario del grupo, en un concierto que ya había quedado en nuestra memoria para siempre y que ha acabado cobrando más trascendencia emocional al tener la certeza de que el telón no volverá a subir.

La vida sigue por supuesto para el fan de Petty, y volveremos a devorar su discografía haciendo parada y fonda en la pantagruélica caja de 2009 “The Live Anthology” y, si bien es cierto que cuando las canciones son inmortales el recuerdo perdura, va creciendo con los años un miedo subyacente pero real como la vida misma, al comprender que cuando estas generaciones de artistas hayan desaparecido, no va a haber posibilidad de encontrar reemplazo posible. Será posiblemente que como ellos, nosotros también envejecemos.

Texto: Frank Domenech

 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contacto: jorge@ruta66.es
Suscripciones: suscripciones@ruta66.es
Consulta el apartado tienda

Síguenos en Twitter