Papel

Periferias – Ricardo Cavolo (Lunwerg Editores)

En el sitio web de la Collection de l’Art Brut de Lausanne, uno puede encontrarse con la definición que hizo de ese tipo de arte el propio creador de ese concepto, Jean Dubuffet, y que finaliza con estas palabras: “el arte en el que se manifiesta la sola función de la invención y no aquellas, constantes en el arte cultural”, del camaleón y del mono”.  Ricardo Cavolo no tiene reparo alguno en adscribirse a ese movimiento en un libro tan radicalmente ambicioso como personal mediante la creación de un catálogo de “periferias humanas, urbanas, geográficas, animales, vegetales y artísticas” todas ellas imbricadas para que el planeta siga existiendo y que su futuro depare algo de esperanza a la humanidad especialmente a aquellas personas que viven en los márgenes de la sociedad: “entrad conmigo a las periferias y descubrid como funciona de verdad el mundo”, anima Cavolo. El volumen, primorosamente editado, es un bello artefacto artístico – no en vano su subtítulo es “Gran libro ilustrado de lo extraordinario”-, pero sería injusto dejar señalar la calidad de algunos de sus textos, del profundo humanismo de su autor, cualidades de las que emergen perlas de poderoso aliento poético. Algunos ejemplos: “Siempre ha habido diferentes, no estándares. Siempre”. (sobre el tapir, el “primo raro de su familia”); “Los perros y los gatos que viven en la calle normalmente con tristeza y desasosiego, son los sueños frustrados de cada uno”; (las niñas en India, Pakistán y China) “cuando son asesinadas se transforman en una flor de loto que es recogida por halcones del Himalaya (…)”; “Una montaña está esculpiendo en si misma un busto del artista como homenaje y agradecimiento” (a Niko Pirosmani, artista georgiano); (Billy Childish) “de momento ya ha conseguido que varios supuestos artistas teman que se destape su farsa y abandonen su actividad para hacer algo real y de más provecho”. Los dos últimos ejemplos, de la periferia artística, son algunos de los ejemplos de otras ideas que este libro pone de relieve: la necesidad de seguir – si se tiene – la vocación artística, aunque se haga en solitario y su resultado no vaya a revelarse hasta la muerte de su creador – como el caso de Henry Darger -, y que el creador no tiene por qué estar instalado cómodamente en la sociedad, sino en su periferia: pueden ser personas como Daniel Johnston o Moondog que desde sus excéntricas y solitarias existencias hacen de nuestro mundo un lugar en el que merece la pena vivir.

 

CRISTÓBAL CUENCA

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