Algo muy valioso se perdió en 2005, cuando Eric Ambel dejó de ser miembro de los Dukes. Los dos elepés que Steve Earle grabó con Roscoe en las seis cuerdas, Jerusalem y The Revolution Starts… Now, quizás estaban demasiado sujetos a la actualidad política del momento, pero no hay duda de que, en cuanto a sonido se refiere, eran la bomba. Sonaban rabiosos. Había allí una peligrosidad desafiante que, por desgracia, no tuvo continuidad en las obras posteriores del tejano, las que sacó durante su matrimonio con Allison Moorer. Tras separarse de la pelirroja, el hombre volvió a exhibir músculo en Terraplane Blues, un álbum de blues crudo que si bien no mordía todo lo deseable ya recuperaba una parte de la pegada perdida. Este su decimoséptimo título certifica su regreso a la electricidad. Bastan dos canciones, «So You Wanna Be an Outlaw» y «Lookin’ for a Woman», el primero con Willie Nelson como artista invitado, el segundo con crujientes punteos, para darse cuenta de que algo ha cambiado. Earle ya no canta sobre un cojín acústico. Canta sobre un tramado de Fenders, pedal steels y violines en constante persecución. Una instrumentación 100% country-rock que bebe orgullosamente de la música outlaw y que en «The Firebreak Line», «If Mama Coulda Seen Me» y «Fixin’ to Die», tres trallazos forajidos, evoca al mejor Waylon Jennings, el de mediados de los setenta y clásicos como Honky Tonk Heroes o The Ramblin’ Man. Menos feroz pero no por ello menos interesante es la segunda mitad del CD, dominada por lentos y medios tiempos. «This Is How It Ends», dueto con, agárrense, la popera Miranda Lambert, invita, superado el sobresalto inicial, a repetidas escuchas. La balada «The Girl in the Mountain» corta como una hoja de papel y nos recuerda que Earle, cuando se pone en plan melancólico, puede igualar a su querido Townes Van Zandt. Y «You Broke My Heart», country de infidelidades en la tradición de, pongamos, Webb Pierce o Carl Smith, cala hondo. Mención aparte merecen «Walkin’ in L.A.», contagioso honky-tonk a medias con Johnny Bush y «Goodbye Michelangelo», emotivo tributo a Guy Clark en el que Steve se despide de su “capitán”, el maestro que “le enseñó todo lo que sé”. Imposible terminar estas líneas sin destacar el notable trabajo de Richard Bennett en la mesa de producción y Chris Masterson en las guitarras, responsables de que echemos un poco menos en falta al susodicho ex Del-Lords. ¿El disco más redondo del barbudo en lo que llevamos de década? Desde luego.
JORDI PUJOL NADAL