La primera visita de los de New Orleans, vestigio de The Neville Brothers, se personificó puntual a medio «Caress me down» de Sublime en el hilo musical. Sus siete miembros salieron al escenario ante el enérgico aplauso de un público reducido pero entregado, y todavía más importante, dispuesto a bailarlo todo. Y cuando digo todo, quiero decir TODO. Con la inicial pieza instrumental bastó para que se alzaran los brazos y zarandearan las cinturas, como si del juego de hula hoop se tratara; buen rollo en competencia directa con el groove, tratando de ver quién se impone en un enfrentamiento descarnado por el poder del funk.
Tony Hall se inició con la guitarra eléctrica para gustarse con sendos solos sobre la base rítmica, y después pasarse al bajo eléctrico, para, sólo entonces, combinar sus fraseos de frecuencias graves con los de Nick Daniels III, y retar así a todo aquel que se crea que dos bajos no pueden coexistir en una misma formación. Cayeron «I know you know», «I wish you would», y unos diálogos inteligentes, de esos que terminarían con risas si se tratara de personas, como a las que alentaba Ivan Neville, el más participativo con la audiencia desde su Hammond.
Pero no era este el lugar para hablar, pues los que nos encontramos ahí estábamos para bailar, al son de «Dancin’ to the truth», «Sheez music», la mítica e imperdible «If I’m in luck» à la Betty Davis, o el hito de su todavía esperado próximo elepé, «Justice», una de las más coreadas. Si Ian Neville le ponía sal con su rítmica a la guitarra, el dueto de trombón y trompeta eran el salero que agitaba al resto con su coreografía entre vientos y coros. Pasada la hora y media, el septeto se despidió para volver casi de inmediato ante el reclamo del público, e interpretar así una última pieza que serviría de despedida entre nuestros zapatos y la pista de baile. Eso sí, con la sonrisa tonta en la cara y el deseo de volverse a ver.
Texto y foto: Borja Figuerola
