El punto de partida de esta novela de es imbatible: un fan del rock, especialmente abducido por los Replacements, se va desprendiendo paulatinamente de su colección de discos. Años mas tarde, tras una reveladora conversación con un auténtico coleccionista compulsivo, siente la irrefrenable necesidad de recuperar sus viejos vinilos. Exactamente “sus” vinilos. Sus castigadas copias, esos plásticos que simbolizan, uno a uno, las diferentes etapas de su vida, que significan la banda sonora de los momentos clave de su existencia. Con sus canciones rayadas, sus carátulas con firmas y números de teléfono. Con centenares de recuerdos comprimidos en sus surcos. Disparatado argumento que, oscilando entre el humor, la parodia y las reflexiones de autoayuda, esconde una profunda reflexión sobre la perdida de la juventud, la en muchos casos asfixiante entrada en una madurez que en pocas ocasiones permite desandar el camino. Injusto comparar, como se está haciendo, este libro con el referencial Alta Fidelidad: Spitznagel no es Hornby, sus andanzas no provocan la corriente de empatía que desprenden las andanzas de los personajes que dibujó éste. Y la búsqueda de la vieja discoteca malvendida años antes proporciona momentos brillantes y algún bajón de tensión. Pero, finalmente, hay que rendirse a la evidencia: guste o no guste, cualquier persona mínimamente adicto a manosear Lp’s y dedicar horas y horas contemplando sus portadas se sentirá identificado con este émulo de Indiana Jones que busca su Grial por innumerables tiendas de los USA.
ALFRED CRESPO
