A pesar de sus altibajos emocionales, Justin Townes Earle es uno de los músicos que tiene una mayor regularidad y la capacidad para adaptarse al medio, tanto por el espacio que deja entre discos como por la calidad de cada lanzamiento. Él había grabado seis álbumes en poco más de diez años, y ahora, sin interferencias ajenas a su voluntad, Earle decide que ha llegado la hora de los cambios, después de dos discos temáticos que iban a ir juntos y que luego fueron por separado. Después de casarse, tocar en cada rincón de Estados Unidos, romper contratos discográficos, toma la decisión de contratar por primera vez a un productor de relumbrón, y se apunta un gran tanto fichando a Mike Mogis. Su nuevo socio había trabajado con artistas de un perfil parecido al suyo, caso de M. Ward y Connor Oberst. Y a su favor, Mike Mogis no solo toca botones para subir aquí un tono y bajarlo por otro canal, también añade innumerables instrumentos, acompañado también por vientos y hasta un cello. A las canciones le da más cuerpo, estamos ante la versión más sobria y completa de Justin. Los cambios no son sustanciales, si bien se comprueba una cosa: él nunca da un paso en falso y la envergadura de esta obra es mayor. Y escuchando el arranque con «Champagne Corolla» sella su categoría de maldito, la de silencioso provocador. Por cierto, es la primera vez que sale en portada sin la compañía de una fémina. ¿Será verdad que ha asentado la cabeza o lo hace simplemente para despistar?
TONI CASTARNADO
