Parece mentira que haya pasado ya una década desde la irrupción brutal de este colectivo musical de Seattle con el maravilloso disco homónimo que los encumbró como una de las nuevas esperanzas de la música popular americana. Ese folk-pop con tintes barrocos, personal y reconocible a nuestros oídos, tan difícil de definir con palabras que hagan justicia a la perfección y equilibrio de la mezcla nos hizo vibrar y albergar esperanzas de que era posible que un proyecto de esa complejidad sonora pudiera reinar y tener una difusión de ámbito mundial, nos ha tenido absortos todos estos años. Si bien es cierto que al contrario de algunos coetáneos, Robin Pecknold —líder y alma mater de la banda— no ha sido demasiado prolífico, después de escuchar esta tercera obra podemos volver a afirmar que es y será uno de los grandes compositores de nuestros tiempos. Hace unas semanas podíamos disfrutar del avance de «Third of May/Odaigahara», una oda épica de nueve minutos a la montaña japonesa tejida al son del piano, cuarteto de cuerdas, y guitarra de doce cuerdas en la que las armonías cambiantes de esta Flota de Zorros nos mostraban que el punto de partida de Crack Up es el final de Helplessness Blues, su anterior trabajo. Y si continuamos el viaje, nos encontramos con once cortes llenos de pasajes luminosos y cambiantes giros de guión que nos instan a expandir y contraer el espíritu a voluntad de Pecknold y los suyos. Contamos ya los días para su actuación en el Vida Festival…
RUBEN GARCIA