El nuevo álbum del Kink mayor, Americana, nos animó a dedicar una reciente portada a la inmortal banda de Muswell Hill. Este es uno de los artículos incluido en aquel exhaustivo informe.
El rock’n’roll maduró en rock a secas gracias a puntos de vista como los que ofrecían las canciones de los Kinks. Olvida por un momento a Dylan metiendo los dedos en el enchufe y embarrando a los poetas analfabetos del blues y el folk con ínfulas de cultivado surrealismo. Recuerda lo que tardaron Lennon y McCartney en madurar, desde la efusión hormonal ante el virginal sexo opuesto hasta los primeros apuntes autobiográficos, reflexivos, ácidos. Omite las pretensiones literarias de Lou Reed, los subidones místicos de Van Morrison, las vacilantes homilías de Neil Young, el altisonante realismo de Pete Townshend, etc.
Y sobretodo, no te engañes, tu vida no se parecía nada a la que enunciaban en retumbante rima o verso libre tus héroes del rock’n’roll, esa fantasía más grande que la vida del amplificador a tope y la catarsis vulgar, ebria, más que terapéutica. Tu vida era la de la gente corriente y los grises personajes que Ray Davies veía a su alrededor y espiaba a través de los visillos de aquella casita victoriana de pequeñas habitaciones y húmedo patio trasero con huerto opcional, cálido interior de raídos sillones y perenne aroma a té recién destilado. Un mundo en el que ellas eran hermanas o vecinas, ellos descargaban su exceso de testosterona jugando en las aceras y los callejones, esperando a tener la edad suficiente para ser aceptados en el pub de la esquina, todo virilidad proletaria, madera vieja repetidamente barnizada y esa fuerte atmósfera mezcla de orines y cerveza.
Que Ray Davies tenía buen ojo para el costumbrismo es ya un tópico. Pero muy pocos autores de la música popular se han dedicado, en tan justas dosis de curiosidad y ambigüedad, a retratar al hombre o la mujer de la calle, los que viven al otro lado de la pared o en la casa de enfrente, especialmente si dejaron atrás una vida anterior más fragante cuyo declive, miserable pero nunca aceptado, les persigue. Como en toda narrativa, el justiciero paso del tiempo es factor esencial. Reescucho Working Man’s Café, el penúltimo álbum de Ray Davies (Londres, 1944), publicado hace ya diez años, y en su tema titular vuelvo a sentirme ese tipo que busca una cafetería de toda la vida en el moderno centro comercial y se lamenta de que hayamos extraviado en los recovecos de un pasado menos artificial, más humano, a quienes fuimos entonces y a quienes quizás seamos todavía.
Un año antes, Davies había regresado a la actualidad discográfica con un estupendo álbum de título definitivo: Other People’s Lives. Aquí están «Next Door Neighbour», que por si misma resume la trayectoria de su autor al preguntarse que habrá sido del Sr. García, ese al que conoces de toda la vida pero hace ya tiempo que no ves, o cómo se sentirá el Sr. Pérez, que se fugó con una rubia, y se fundió los ahorros en el despilfarro del bígamo, pero ya vuelve a estar donde empezó, en casa con la parienta. El tema que da nombre al disco expone una precoz admonición contra el devastador poder de los medios de comunicación, hoy multiplicados por las estúpidas redes sociales, sentenciando en su último verso que ‘’las cloacas van llenas de las vidas de los otros’’.
Rebobinemos ahora hacia los orígenes. Cierto es que, como todo conjunto beat, los Kinks rellenaron sus primeros elepés con versiones del acervo R&B, pedruscos de Chuck Berry, Bo Diddley, Don Covay, Marvin Gaye o Sleepy John Estes, pero ya en su álbum debut, The Kinks (1964), se detecta el singular estilo de Ray Davies: donde los demás escribían ‘’llorando’’, él decía ‘’sollozando’’, como en «Stop Your Sobbing». Y en su tercer álbum, Kontroversy (1965), aflora la mirada pesimista de quien años después sería diagnosticado como maníaco depresivo tras intentar suicidarse al finalizar su primer matrimonio. En «Where Have All the Good Times Gone», el muy cenizo ya vislumbra el fin de la fiesta… ¡pero esta apenas había comenzado!
Cuando lanzan un primer álbum exclusivamente de composiciones propias, el conceptual Face to Face (1966), se impone la bipolaridad de Ray Davies. Así, la tristona «Rainy Day in June» tiene su reflejo en la soleada «Holiday in Waikiki». A continuación, Something Else (1967) señaló una cima para la banda, y no solo por el estremecimiento que todavía sentimos al regresar a «Waterloo Sunset», sino por incluir letras como la de «Two Sisters», donde dos hermanas se distancian: una es una soltera de vida alegre, la otra una ama de casa que ‘’siente tantos celos de su hermana’’. Obviamente, Sylvilla y Percilla eran Dave y Ray, pero ¿a qué otro grupo de la época se le hubiese ocurrido escribir sobre dos hermanas, una alegre y coqueta ante el espejo, la otra amuermada, viendo girar el bombo de una lavadora?
Tan aviesa mirada impregnó el fértil anacronismo que fue The Village Green Preservation Society (1968). En la embelesada «Do You Remember Walter» se dirige a un amigo de juventud con el que iban a correr aventuras sin fin y comerse el mundo, pero la vida lo fastidió, suele ocurrir. ‘’Entonces te conocía, pero ¿te conozco ahora’’, se pregunta. ‘’La gente cambia a menudo, pero su recuerdo se mantiene’’. La permanencia de la engañosa memoria es herramienta básica, lo demuestra una de sus mejores composiciones, «Days», single incluido solo en algunas ediciones originales del álbum. ‘’Gracias por los días / Esos días interminables y sagrados que me diste / Pienso en esos días / No olvidaré ninguno de ellos’’; son los versos iniciales de una de las mejores canciones sobre lo efímero de los sentimientos que ha dado el pop. Es en esa filtración del pasado donde sigue siendo un autor sin igual: basta con volver a Arthur… Or the Decline and Fall of the British Empire (1969) y sentir el arranque de la imperial «Victoria» para corroborarlo. La vida está hecha de nostalgia y superficialidad, anhelos y desengaños, mediocridad y júbilo, pérdidas y reencuentros. No hay más…
Podríamos seguir tirando del hilo y enumerar otros ejemplos de esa visión entre compasiva y sarcástica que Ray Davies proyectó sobre su entorno: el travello que se camela al protagonista de «Lola» en Lola Versus the Powerman (1970), «Here Come the People in Grey» en el delicioso Muswell Hillbillies (1971), «Ordinary People» en Soap Opera (1975), «Jack the Idiot Dunce» en Schoolboys in Disgrace (1975), el descarte «The Poseur» en la reedición ampliada del soberbio Sleepwalker (1977) y, naturalmente, ese himno a todos aquellos que alguna vez se han visto a la deriva —¡todos nosotros!— que entona el tema que bautizó Misfits (1978). Y, aunque en los ochenta los lanzamientos de los Kinks adoptasen una facilona comercialidad de cara a ese mercado estadounidense que les mantenía activos, siempre colaban alguna golosina. Pienso en «Heart of Gold», incluida junto al éxito «Come Dancing» en State of Confusión (1983). Trata sobre el nacimiento de la hija de Ray y Chrissie Hynde, pero podría también glosar a la olvidada Princesa Anna, hermana del orejudo Windsor: ¡más Kinks imposible!
Despidamos al viejo Ray en uno de sus momentos más lúcidos, «Sitting in my Hotel», canción de Everybody’s in Showbiz (1972) donde afronta la soledad de quien ha llegado a la cima, aún provisionalmente, y se pregunta qué pensarían los colegas del barrio al verle viviendo como una estrella de cine. ‘’Sentado en mi hotel, escondido de los dramas de este gran mundo / A siete pisos de altura, viendo al mundo desfilar / Sentado en la habitación de mi hotel, pensando en el campo y los días soleados de junio / Tratando de camuflar la melancolía, sentado en mi habitación de hotel’’. Y, al final, la puntilla: ‘’¿A dónde nos llevará todo esto…?’’.
Dave Davies suele decir que su hermano Ray es un grandísimo narcisista… y un gilipollas, aunque en el fondo le quiera. Como le queremos todos, por habernos avisado de que podemos intentar olvidar el pasado, pero el pasado nunca se olvida de nosotros. Realmente nos tiene pillados.
Texto: Ignacio Julià. Publicado en Ruta 66 nº 347, abril de 2017.
Y el proyecto mas ambicioso de toda la carrera musical de Ray Davies (con los The Kinks), me refiero a la exquisita y enorme obra PRESERVATION ACT. Y aún como concepto integro el precioso y maravilloso Preservation Act 2.