Tras el más largo paréntesis productivo del quinteto granadino, el nuevo cancionero planetario propone una intensa y comprometida parte lírica, y en su fragmento musical neta continuidad estilística que mayormente bascula hacia sus más recientes intereses melódicos, empero sin olvidar radicalmente pretéritos ascendientes. En este último capítulo disfruto especialmente el single «Espíritu Olímpico», que refresca guitarras y ritmos mancunianos sobre un llamativo —por no habitual— pulido fondo sonoro, merced a la labor en las mezclas del ex Killing Joke Youth; también se me pegan sugerentemente al oído los triposos sintetizadores que adornan «Itjihad», denotando fieles amoríos con los sonidos psicodélicos de remotas décadas. De sus más recientes fuentes flamenco/orientalistas llama la atención la inicial «Islamabad», sugerente y alargada sinfonía que denuncia la manipulación que en el nombre de Dios se comete en medio mundo. El resto del metraje está entregado a su recuperación de viejas coplas que van del fandango a la guajira, de cuya reinterpretación nace mecida por acústicas la muy folk y reivindicativa «Guitarra Roja». Otras lecturas de rancios palos ya escuchados en proyectos paralelos como Los Evangelistas o acompañando a Soleá Morente, tengo que reconocer que no emocionan, me dejan indiferente, a riesgo de caer en el saco de eso que con su guasona sabiduría Raimundo Amador calificó de “flamencólico”.
MANUEL BORRERO
