El síndrome del segundo álbum planeaba sobre las cabezas del trío de Brooklyn, cuando se dejaron caer con un anticipo de la categoría de `High Flying Faith´, donde volvían al límpido pop de guitarras de sonido cristalino, efectos exquisitos y arreglos justos y necesarios. Sin duda va camino de ser una de las mejores tonadas del año.
Estamos ante un disco más expansivo y disperso que su predecesor, algo más contemplativo y pictórico y menos conciso y enérgico. Si en `Calling Out´ no dejaban dudas sobre la robustez y rotundidad de cada uno de los temas, ahora el grupo se despliega en la creación de ambientes cuyo mensaje no difiere del de antaño. Y luego está la voz celestial del protagonista principal de esta historia. Pero sobre todo las canciones. Canciones que invitan a escapar, a echar a correr, a contemplar de lejos el bullicio neoyorquino a vista de pájaro, por entre los rascacielos de la agitada urbe (`Racing Country´o `Reason to Run´), con esa carga de melancolía que invade `State of Confusion´ o `Temporary Gold´ (donde ayuda otro cocinilla del buen gusto como Chris Cohen), o incluso el barroquismo difuminado de un postrero Elliot Smith en `Still´. Todo fluye y confluye en ese tipo de grabación donde la inspiración o la magia no sepultan a la mecánica, ni se deja nada al azar.
Texto: ENRIQUE MUÑOZ GARCÍA
