Rutas Inéditas

Leonard Cohen: Vida secreta

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La última fase -o penúltima según se mire- de la carrera musical de Leonard Cohen arranca en octubre del 2001 con la publicación de Ten New Songs, un disco austero, bellamente adornado por arreglos espartanos y textos de un lirismo poderosamente hiriente. No en vano, varios de ellos (‘Thousand Kisses Deep’, ‘Love Itself’, ‘Boogie Street’, ‘Alexandra Leaving’, ‘Here It Is’) aparecerán el año 2006 en el sublime poemario Book of Longing. Este LP fue grabado por Cohen junto con Sharon Robinson, fiel compañera de viaje, de manera rudimentaria, en un estudio casero y con bases rítmicas programadas. Tan sólo en un par de canciones, ‘A Thousand Kisses Deep’ y en ‘In My Secret Life’, se escucha el añadido de instrumentos ajenos a aquel proceso elemental, unos arreglos orquestales en la primera y la guitarra de Bob Metzger en la segunda. Y es precisamente este último tema el que, de alguna manera, define y eleva el arte del Cohen de los últimos quince años, un periodo de tiempo sorprendentemente prolífico en comparación con los treinta y cuatro anteriores en lo que a producción discográfica concierne.

Ten New Songs fue recibido con alborozo por los fans, que andaban huérfanos de Cohen desde que tras la gira de The Future en 1993 decidiera recluirse en un monasterio zen de Los Angeles, en Mount Baldy, y se convirtiera en Jikan. Sin embargo, su peculiar y aislada construcción y, más aún, la del sucesivo Dear Heather (2004) -éste más bien una colección de poemas musicados que una de canciones “convencionales”-, daban pocas esperanzas de volverle a ver subir a un escenario.

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Pesimismo infundado, ahora lo sabemos. Más en ese equívoco y esquivo periodo de tiempo, Ten New Songs fue creciendo a la par que la experiencia de cada uno de nosotros, como una banda sonora ubicua que surgía apenas pretendías sumergirte en otra cosa, en la calma, en la reflexión interior. Era evidente que el disco estaba compuesto con el hálito espiritual de Mount Baldy, padre del vuelo poético de El libro del anhelo y de la base de sus canciones: en el documental de Armelle Brusq de 1997 que retrata el retiro monacal de Cohen, se le ve trabajando en una rudimentaria demo de ‘A Thousand Kisses Deep’. Pero más allá de su peso poético específico, Ten New Songs trascendía su marco contextual para aportar a cada oyente lo que necesitaba, especialmente si la soledad, real o simbólica, era su moneda de cambio cotidiana.

De esa sensación es responsable en gran medida ‘In My Secret Life’. Porque esa canción es el epítome del arte de Leonard Cohen en su más elevada expresión. Aunque publicada en 2001 se tiene noticia de su existencia, en progreso, al menos desde 1988, lo cual no deja de ser sorprendente si se tiene en cuenta que Michelangelo Buonarroti tardó sólo tres años en esculpir su David. El concepto de “vida secreta” aparece, en sugerente prolepsis, en ‘The Future’, la perturbadora elegía nihilista que abre el disco homónimo: “Give me back my broken night / My mirrored room, my secret life”. En tal ocasión memorable, Cohen reclamaba la devolución de esa vida como eslabón de una cadena de visión decadente y apocalíptica. La canción es una perfecta muestra del confuso y pesimista estado de ánimo del hombre en aquella época y, curiosamente, la retirada del primer plano le permitió recuperar una vida secreta que, a su vez, tuvo el gusto de describirnos como un regalo.

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‘In My Secret Life’ es uno de los primeros grandes clásicos del siglo XXI, un refugio del alma en tiempos oscuros. Su construcción es tan primorosa como la de un lienzo de Tintoretto o un plano de John Ford, su pulsión cronométrica, programada, suena, paradójicamente, más natural que un amplificador de válvula del 55, a lo que no es ajeno el ornamento de la guitarra de Metzger, delicado y suave, lento: “I saw you this morning / you were moving too fast / Can’t seem to loosen my grip / On the past”. A diferencia del apocalipsis predicho en ‘The Future’, ‘In My Secret Life’ era todo menos grandilocuencia, humildad, un sentimiento de arte recogido en las cosas cotidianas porque, efectivamente, es de eso de lo que va, de que resulta que todos tenemos una vida secreta.

No obstante, la simplicidad de la pista de Ten New Songs tuvo una segunda oportunidad para vestir toda su gloria mundana. Cuando el 2008 Leonard Cohen volvió a la carretera estructuró su show de forma semejante a como lo había hecho en 1993, eligiendo el repertorio básicamente entre sus clásicos esenciales (‘Suzanne’, ‘So Long, Marianne’, etc.) y las canciones de The Future (1992) y I’m Your Man (1988). Sin embargo, dispuso como eje central de la primera parte del concierto ‘In My Secret Life’. Más que algo sublime, cada noche se ponía en escena una epifanía. Tocar con banda lo que antes era austeridad pura deviene un compendio de todo lo que ha definido la carrera de Leonard Cohen: el poder de sugerencia, la clase, el infinito poder de evocación hacia un alfabeto residual y una lengua intraducible. Ahora, repentinamente, nos hemos dado cuenta de que su promesa no cayó en el saco de los sueños perdidos. Nuestra vida secreta tiene un fundamento de ser.

 

Texto: Antonio Curado

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