Discomático

Coppel – Los nobles salvajes (autoeditado)

 

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Por una cuestión de respeto biográfico habrá que situar, hace más de diez años ya, a Iñigo Coppel en la localidad bizkaina de Getxo y como parte de los pegadizos y adrenalíticos Zodiacs. En la actualidad, su carrera en solitario se entiende ligada a la ciudad de Madrid (la misma en la que según su nueva canción las leyes han soltado leones persas) y también, por qué no decirlo, a la figura del productor José Nortes (también presente en su actual disco), cicerone y figura esencial en ese recorrido emprendido por el vasco para cincelar su perfil.

coppel-los-nobles-salvajes-portada-album-fotografia-javier-jimeno-mate-diseno-emilio-lorente-300x300Unos rasgos musicales que a lo largo de este periplo “capitalino” los hemos visto ir acercándose desde postulados del pop-rock con esencia americana a un aspecto de trovador acústico donde, sin apartar nunca del todo dicha esencia, ha visto en casi cualquier tipo de música, no solo las de herencia anglosajona, un asidero del que hacer uso. Un planteamiento al que si hubiera que poner fecha de consagración habría que marcarla posiblemente con la aparición de su anterior álbum, de título tan irónico como descriptivo de este hecho, En el Olympia.

Tras aquel llega el actual Los nobles salvajes, del que también su bautizo nos puede desprender cierta información a la hora de determinar ese espíritu bohemio e irredento del que está compuesto. Porque ese es otro de los elementos que ha acompañado a esa mutación sonora materializada en Coppel, el espíritu latente en sus letras cargado de una ironía y sentido del humor que se convierte en instrumento para arrojar en muchas ocasiones un verbo politizado (desterremos de una vez el miedo a la utilización de este término). Algo muy alejado del panfletarismo más maniqueísta y cercano sin embargo a la insurgencia poética, lo que le posibilita además derivar hacia declaraciones mucho más íntimas sin ningún problema.

Un trabajo que por otra parte escenifica de forma palmaria toda esa amalgama de influencias que ha ido añadiendo a su diccionario musical. Constituido para la ocasión como un trío -donde el propio Iñigo se encarga de la voz, guitarra y armónica, Manu Clavijo del violín (y derivados) y Jairo Martín del piano- propicia así la posibilidad de abarcar desde la enjundia visceral de la chanson «14 de enero (Caminando como James Cagney pero desnudo)» hasta el rotundo tango que es «¡Éramos tan jóvenes!». Junto a ellas son capaces de imbricar con total naturalidad ritmos más cercanos a los populares norteamericanos, como el ambiente de music hall que representa «La balada de Edu el rata” , el folk beodo de «Iñigo Coppel viaja al siglo XVII y se une a los piratas de Libertalia» o la presencia de algunos referentes todavía fieles a la idiosincrasia del vasco. Son los nombres de Bob Dylan, Woody Guthrie o Phil Ochs, por ejemplo, los que se hacen visibles en «Balal, Abdollah y Maryam» o en «Blues hablado sobre la propuesta de ley para soltar leones persas en las calles de Madrid».

Entre tantos aspirantes insípidos a “songwriters” como estamos acostumbrados a soportar (y con otros tantos a deleitarnos, hay que aclarar), la decisión tomada por Iñigo Coppel de, partiendo de esa misma idea, adoptar un registro más cercano al juglar libertario e irreverente, resulta mucho más apetecible, y en ese sentido Los nobles salvajes es una perfecta y plenamente atinada fotografía de su actual estatus.

Texto: Kepa Arbizu

 

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