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Loquilllo: Una crónica de lo anónimo – Las Ventas (Madrid)

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Es bastante probable que la arena de Las Ventas haya presenciado tardes memorables de toreo y también años después, de buena música, Beatles y Bruce Springsteen incluido. Pero es improbable que nada de eso haya estado a la altura de lo vivido el pasado 24 de septiembre en el concierto de Loquillo, que sigue poblando la imaginación de muchos de los que allí estuvimos, como un sueño de Cirlot, entreverado de sentido del riesgo y de la siempre huidiza poesía, en expresión del propio Cirlot “una zona temblorosa en la que las palabras se esfuerzan no ya por llenarse de sentido, sino por serlo ellas mismas”.
Es difícil explicarlo pero ya en los vagones del metro y horas antes de la cita, camino de la parada de Ventas, flotaba en el ambiente una suave calma eléctrica habitada por rostros ensimismados, en tensión, resumidos en dos o tres generaciones de personas de toda condición, sonrisas sólo esbozadas de un lado a otro del vagón, los cuerpos enfundados en camisetas negras que hablaban en el silencio de la espera de batallas pasadas pero de canciones bien frescas en la memoria. Para quién ha transitado con cierta frecuencia por los conciertos de rock es fácil distinguir la delgada línea roja de Malick que separa la adhesión de la militancia o el simple entretenimiento de la búsqueda y la aventura.

Sin saberlo, aquella gente y nosotros habíamos confluido en la tarde, en lo subterráneo, conformando un nutrido ejército de desconocidos camino de la noche y del rock and roll. Sé lo que buscaban porque su búsqueda era la misma que la nuestra: el fuego que alumbra el corazón del artista, esa lámpara que el pueblo usa para encontrar la belleza en el camino y pasear sin miedo de la mano de los sentidos, mirando a los ojos del amor y de la tristeza, el éxtasis y la locura, muy cerca ya de la frontera del país de la muerte.

Ascendimos por las escaleras al exterior en dirección a los aledaños de la Plaza y soplaba en nuestro cerebro Viento Este, acariciando implacable los puestos de bebidas y los cabellos de una mujer que, sentada en el suelo junto a un poste de la luz, discutía con alguien a través del móvil con los ojos inyectados en sangre. Algunos viejos practicaban la suerte de la reventa sin mucha convicción y una pareja se besaba con entrega en los últimos lugares de la cola. El ruido de un helicóptero que sobrevolaba la zona nos trajo el recuerdo del hombre lobo de American Grafitti y al Liotta de Godfellas y resultó suficiente para olvidarse del lento paso de las horas.

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Entramos en Las Ventas y acto seguido salimos al ruedo. Quedaban casi dos horas para el inicio del concierto y paseamos nuestra memoria por otras batallas del Loco: Ponferrada, Coruña, Gijón, Madrid en La Riviera, Noya, O Grove, Salamanca… Imaginamos que aspecto tendría la plaza llena, mientras por los altavoces sonaba desde otra dimensión el Young Americans de Bowie, Willy Deville, The Clash… Máscaras y personajes que el Loco ha habitado entre otras muchas hasta descubrirnos su propia voz y engendrar lo que ahora admiramos. No debe de haber sido un viaje fácil pero desde luego ha merecido la pena. Hacía calor y teníamos sed así que ordenamos con impaciencia jarabes de ceremonia en la barra al pie del tendido, recordando el diálogo de Valle- Inclán y Juan Belmonte:

– Ahora, Juan, ya sólo te queda morir en la plaza.
– Se hará lo que se pueda, don Ramón, se hará lo que se pueda.

Para las diez ya era de noche. El ambiente estaba totalmente caldeado y las estrellas ardían en un cielo sin limusinas. La gente comenzaba a gritar sin saber el jodido por qué, la arena del ruedo había borrado el dibujo de mis zapatos, los licores a duras penas se contenían en el interior de los vasos y el humo que brotaba de la oscuridad completaba el hechizo perfilando la hora señalada. Después del Suspiros llegó el momento del redoble de tambores volándonos la cabeza, como un ejército que ingresa en un bosque calcinado o el presagio de una gran hecatombe, no lo sé… Pero a tomar por el culo; el concierto iba a empezar de una puta vez, se borraría el juicio intelectual y se impondría el sentir; el mundo caería igual afuera con o sin nosotros pero estábamos allí dentro de eso, en eso, con la exposición del Bosco en el Prado aún bien fresca en el recuerdo; sólo podíamos pensar en bailar y en encontrar lo épico, necesitábamos eso.

Éramos la Nave de los locos, lo veía claro… Salvar el espíritu… Salvarlo a toda costa… Arreciaron los aplausos, los alaridos y entre los acordes de Salud y rock and roll, apareció el Loco: la mirada fija interpelando sin cesar al público, informando de la magnitud de la empresa, pleno de voz y de energía, la elegancia en cada movimiento y unas cuantas clases de baile (algún día se valorará debidamente este aspecto en las crónicas), secundado por la elegante dramaturgia de la banda, donde nadie fallaba ni al cambiar de guitarra. Así fueron cayendo uno tras otro los primeros pases de la faena, con Raúl Bernal dibujando medias verónicas en el acordeón, en una secuencia de temas elegida con precisión, donde A tono bravo comenzaba a volar sola en el imaginario del respetable con pasajes de memorable poesía (“no hay océanos de tiempo que no surque mi propia bandera”), ya levitando por Territorios libres. Viaje al Norte nos trasladó a las Crónicas de Motel de Sam Shepard y al embrujo de la melodía.

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Con El hombre de negro entendimos el mensaje, una canción que no ha dejado de crecer desde el fondo del dolor y de hacerse cada vez más poderosa con el paso de los años. El ambiente se había disparado y la Línea clara y ascendente del repertorio era como regar un incendio con gasolina, que se inflamó definitivamente con la genial locura de Carne para Linda que además es humor, rabia, violencia, deseo y surrealismo, un lienzo dibujado por acuarelas de guitarras con la daga del bajo y la batería que, literalmente, retumbaban en nuestro interior, culminada con la dicción salvaje del Loco, quemando cartuchos de feeling, conforme al enunciado de Moris (=Morrisey?). Claro que hubo más canciones antes pero hablar de títulos es como bailar de arquitectura, según Zappa, así que entre el delirio, acertamos a intuir lo que sucedía en todo su conjunto.

Y es que el virtuosismo y talento de los músicos ha sido puesto aquí al servicio de una empresa mayor donde confluye la tradición de la cultura rock con el vuelo literario y la poesía, la actitud y la voluntad de trascender, con una puesta en escena que proyecta un universo artístico en transformación continua. Cada canción ha evolucionado y ha crecido por dos caminos: en el oído del público hasta ser raigambre del inconsciente colectivo y desde la reinterpretación del Loco con su banda. La pregunta es: ¿dónde descansa el límite de esta apuesta? La otra pregunta es: ¿y qué más da?
Desconozco como llegamos al descanso y para eso están los periódicos. La banda se ausentó del escenario y un zumbido de graves acompañaba nuestra contemplación de la plaza, ya convertida en terreno conquistado. Lo habían hecho de nuevo. Pero aún quedaba lo mejor.

Ya el alcohol transitaba por el río de flujo de nuestra sangre y la imaginación hacía lo suyo. El Rompeolas sembró de emoción y épica el ruedo, que para entonces ya incluía el tendido y los palcos, que eran una fiesta. Esa canción nos puso en contacto con lo que Borges llamaba el hecho estético, la inminencia de una revelación que se resiste a ser dada, y los pensamientos pasajeros pusieron el resto; la vida pasa y sólo algunas cosas conservan intacto y pleno su significado y su presencia: ¿por qué El Crujir de tus rodillas nos hizo pensar en ese momento en Jessica Lange? Todo era aire fresco cruzando el paraíso, en estos tiempos en que algunos lo confunden con un jodido restaurante. Nos miramos al espejo con Eres un rocker, con toda la banda subiendo un par de marchas en cuanto a lo estético: no sé quién más puede vestir una chaqueta de lentejuelas en este país, pagaríamos por la chupa de Josu García y Chuck Berry distraído revisando las cámaras de seguridad de los baños de su negocio en Saint Louis, así que Igor Paskual hizo bien en tomar su gorra prestada.

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Cayó Piratas y Esto no es Hawaii pero lo parecía con Mario Cobo atacando solos a lo Link Wray y brillando en cada intervención, surfeando sobre el contrabajo de Alfonso Alcalá, que estaba como tocado por el duende de Lorca (¿quién hace hoy esto en un concierto de rock?). Nosotros también quisimos un puto camión y a esas alturas no habría extrañado a nadie, pues cualquier cosa que se propusiesen hacer el Loco y su banda parecía posible con Josu García templando y exprimiendo por el mástil. El Loco nos introdujo en la grandeza y quilates literarios de Rusty, otra lección descomunal de baile y de abandono al arte, sabiendo ofrecerse a lo que uno ama para ya camino del final disparar cuatro fogonazos de historia y de presente: Feo, fuerte y formal, Rock and roll star, Jim Dinamita y Cadillac Solitario, que fueron lo divino y lo humano, la alegría en los lindes de la tristeza, como una patada en los huevos dentro del corazón, y con ella nos despidió de rojo rotundo Laurent Castagnet. Touché.

Todo había terminado y la gente sonreía confundida y feliz bajo la iluminación de la Plaza que para nuestra sorpresa no se había calcinado durante el incendio. Nuestra ropa negra estaba llena de arena y de polvo, la gente se secaba el sudor del rostro, se saludaba, como queriendo certificar que la gesta presenciada no había sido sueño. Sabemos que los dioses engañan y sabemos el final pero el concierto que habíamos presenciado nos había puesto en contacto con eso. Con lo épico. Con la grandeza. La pérdida, la rabia y el deseo. El paso del tiempo. Por espacio de casi tres horas habíamos vencido. Caminamos hacia el exterior de la plaza observando las ruinas del naufragio, los vasos vacíos eran armas inservibles en la arena al término de la batalla.

La perla nace del dolor de la ostra, con un pequeño grano de arena que se cuela en su interior. Sin dolor no hay hechizo y sin perla sólo nos queda la arena. Afortunadamente tenemos al Loco. Decía Atahualpa que la tierra como una sombra señala a sus elegidos y que al final tendrán su premio pues nadie los nombrará, serán lo anónimo. Pero ninguna tumba podrá encerrar su canto. Afuera, el misterio poblaba la noche entre el tráfico y el bullicio de los bares hasta el infinito y más allá. Pero Nosotros habíamos blindado nuestro espíritu. En un mundo, sí, acribillado de juventud.
Texto: Lois Pérez

Fotos: Salomé Sagüillo

One Comment

  1. Loco no le des más traya a las ventas, donde vas triunfas como la San Miguel. Vale que mola pero el puto pueblo de espańa más remoto té va a querer igual. Lo pequeńo suma , lo grande es un momento. Tú eres la suma de los pequeńos momentos. Salud y el 4 por 4. Rock and roll forever

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