Como de costumbre, la productora/discográfica barcelonesa La Castanya nos obsequiaba otro buen cartel protagonizado por uno de esos pequeños grandes nombres a los que se les presta menos atención de la que probablemente merezcan –aunque todo se dará–. Ya desde el mismísimo arranque con los barceloneses The Zephyr Bones –militantes de la propia escudería catalana– la cosa apuntaba alto. Estos jóvenes de origen sudamericano con base en Barcelona no han parado de crecer. Actualmente, sin rebajar los niveles de reverberación a los que acostumbran, han sumado muchos más matices que enriquecen su sonido y sus composiciones, haciéndoles más accesibles, acercándoles a tótems de la psicodelia indie como Tame Impala. Por su parte, los brasileños Boogarins volvían a pisar la capital con otro nuevo llenazo que quedó a todas luces justificado a tenor de su buen hacer. Trenzando la tradición carioca con un rock más musculoso y sesudo, sustentado en la formidable pericia de su baterista, los de Goiânia han pasado de jugar a ser Os Mutantes en una habitación a girar por el mundo. La magia que atesoran cortes tan exóticos y atractivos como «Lucifernandis» son razón más que suficiente para justificar tan vertiginoso salto. Si acaso se les puede achacar cierto espesor transitorio, pero nunca tardan demasiado en dar un giro inesperado con el cual recuperar toda tu atención. Ventajas de beber de esa fantasía que siempre ha caracterizado a la mejor música brasileña.
Texto y foto: Daniel González
