Existe un cierto momento de satisfacción personal cuando uno descubre, entre las docenas y docenas de novedades musicales que inundan sus estanterías, su ipod y su disco duro, ese disco que sobresale por equis razones. Se echa uno a las orejas, periódicamente, toneladas de álbumes que basculan entre lo tedioso y lo simplemente correcto, hasta que de golpe y porrazo uno de ellos da la voz de alarma: dale otra vez al play, que aquí hay tela que cortar.
El segundo larga duración –tercer título si contamos su ep de debut- de Afforested es uno de esos discos. Un nombre bajo el que escriben, graban y producen los hermanos Alex y Jonathan Betts, oriundos de Kent y que propone, con la oportuna actualización, un folk rock progresivo de diáfana raíz medieval. Una vez aclarado este punto, que a buen seguro ya habrá ahuyentado al noventa y cinco por ciento de lectores ruteros, para el reducido y selecto grupo restante queda la posibilidad de descubrir a uno de los grupos más interesantes del momento en lo que al subgénero se refiere.
Doce canciones surgidas del corazón del bosque, que recuperan la instrumentación clásica del estilo -flautas, mandolinas, guitarras de doce cuerdas- añadiéndole tecnología vintage -ese vocoder que suena a gloria-, electrificando con tino el conjunto y recuperando el gusto por la dicción y por la añorada faceta de cuentacuentos, tanto en entonación como en la lírica pura y dura, tan apreciada por aquellos fans del progresivo que ya peinan canas. Un disco, pues, con ecos obvios de Jethro Tull y Steeleye Span, que, no obstante traerá también a la memoria del oyente otros nombres igualmente pretéritos como Gryphon, Gentle Giant o Premiata Forneria Marconi y que, por supuesto, es obligatorio degustar en batín, con una copa de brandy, frente a la chimenea del salón principal del castillo.
Eloy Pérez
