Rutas Inéditas

Songhoy Blues: Guitarras eléctricas contra Kalashnikovs bajo un sol abrasador

 

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El próximo 20 de julio aterrizarán en el fascinante escenario flotante sobre el lago de  Lanuza (Huesca) dentro del festival Pirineos Sur, una de las bandas más representativas de la múscia tuareg de la actualidad. Nos referimos a Songhoy Blues, y en este artículo explicamos el por qué de su grandeza.

 

Ali Farka Touré primero, más tarde los rebeldes tuareg Tinariwen, pusieron en el mapa la música maliense, vibrante confluencia de tradiciones autóctonas y el influjo del blues o el rock. Rellena tu cantimplora, nos adentramos en el Sahara.

Garba Touré, hijo del percusionista en la banda del ilustre Ali Farka Touré, se dirigía andando hacia casa de un amigo, en Diré, población en la zona norte de Mali, a cien kilómetros al sur de Tombuctú, cuando dos camiones cargados de muyadins que ondeaban la bandera negra de la Yihad le detuvieron. Ellos iban pertrechados con Kalashnikovs y lanzacohetes, él cargaba una pequeña guitarra acústica. ‘’¡Chico…! ¿Acaso no sabes que toda música decadente es ‘haram’ (pecaminosa)?’’, le amonestaron. La próxima vez que le viesen con una guitarra, iban a hacerla añicos y darle una lección. A Garba, miembro de la etnia negra sonhoy, le faltó tiempo para subirse al primer autobús y abandonar la zona rumbo al sur, a Bamako, capital del país. El susto no fue más que otro grano de arena en un conflicto que no cesa desde hace décadas, herencia del colonialismo europeo, claro está, pero también de la complejidad tribal de aquella tierra que a nosotros nos parece Marte y a ellos un Edén de rocas, secano, matorrales, dunas y calor.

Las reivindicaciones de los tuareg, que serían capitalizadas por los islamistas, son tan antiguas como el país, independizado de Francia en 1960. El nuevo estado fundado en 1963 por el presidente Modibo Keita, a su vez destituido y encarcelado solo cinco años después, ocupa una vasta extensión desértica poblada por varios grupos étnicos con sus distintas lenguas y culturas. Bien avenidos hasta que intereses creados o reclamaciones raciales los enemistan. Desde enero de 2012, la zona norte de Mali, llamada Azawad, vive en un continuo sobresalto bélico de ataques, escaramuzas y sangre civil.

En esa fecha, el MNLA, movimiento de liberación que reclama Azawad como país de los tuareg, pasaba a la acción. En abril de aquel año ya controlaban la zona, gracias a la debilitación del estado que supuso el golpe que expulsó al presidente Amadou Toumani, acusado de haber gestionado mal la crisis. Sectores del ejército se amotinaron y, bajo las siglas CNRDR, pretendieron restaurar la democracia. Lo primero que hicieron fue suspender la Constitución.

En respuesta, los rebeldes tomaron las capitales de Azawad, Tombuctú incluida, y declararon la punta norte de Mali, formada por tres regiones autóctonas, estado tuareg independiente. Aprovechando la coyuntura, los sectores islamistas del MNLA, con el grupo fundamentalista Ansar Diné y una escisión local de Al Qaeda Magreb a la cabeza, pronto imponían la ‘’sharia’’ a la población civil. Se acabaron la libre expresión, los credos ajenos al Corán y los modos occidentales; de regreso a la Edad Media y la ciega adoración del profeta.

Los enfrentamientos entre los radicales islamistas y los tuareg no tardaron en desatar una escalada de violencia, y estos últimos perdieron el control, quedando las principales ciudades en manos yihadistas. A petición del gobierno maliense, el ejército francés iniciaba en enero de 2013 operaciones contra los islamistas, en la llamada Operación Serval. Ante la intervención francesa, gobierno y tuaregs firmaron un acuerdo de paz.

Sano y salvo en Bamako, la capital, el joven Garba Touré reanuda la actividad musical con su grupo, nombrado por su etnia, Songhoy Blues. Este pueblo milenario vivió su esplendor en el siglo XVII, cuando el Imperio Sonhoy ocupaba un área similar en extensión al actual Mali, dominio que finalizaría al ser sometidos por el Sultán de Marruecos.

Hastiados de tocar en bares por una miseria, Aliou Touré (voz), Oumar Touré (guitarra), Garba Touré (bajo) —pese a compartir apellido, no son parientes— y Nathaniel Dembélé (batería), logran contactar con el francés Marc-Antoine Moreau, que visita la zona como explorador para el proyecto Africa Express, invento world music del inquieto Damon Albarn. Ya tenían un pie en el mundo occidental imaginado en sus audiciones de los Beatles, The Police, Bad Company y Jimi Hendrix, también de Tupac Shakur o Craig David. Universitarios, habían disfrutado ese acceso privilegiado, pero la verdadera epifanía les llega al contemplar en acción a guitarristas locales como el histórico Ali Farka Touré.

Patriarca de la unión entre blues y música maliense, Ali Farka Touré (1939-2006) fue desde los años setenta uno de los más visibles artistas africanos, embajador de la tradición de su país que colaboraría con Taj Mahal o Ry Cooder y giraría por todo el mundo. Le apodaron el John Lee Hooker africano; había bebido el sudor de Otis Redding y James Brown. Su hijo Vieux Farka Touré ha recogido el testigo, añadiendo reverb y batería al sonido más acústico —pese a usar una eléctrica— de su progenitor. ‘’El tocaba blues del desierto’’, afirma. ‘’Lo mío es rock del desierto’’.

‘’Este choque entre tradición y novedad, entre lo propio y lo foráneo, es nuestra fuerza’’, dice Oumar Touré, de Sonhoy Blues. ‘’Nunca buscamos conscientemente la modernidad, fue esta la que nos eligió a nosotros. Pero no nos limitamos a seguir la modernidad, excavamos en nuestra cultura ancestral. Miramos, escuchamos, profundizamos en las cosas. Eso es lo que nos da energía’’.

02Songhoy_Blues_201410_Andy_Morgan_5                                                 Foto: Andy Morgan

Las vivencias de Sonhoy Blues —cuyo álbum Music in Exile (Transgressive-PIAS, 2015) suena frívolo frente a sus solemnes vecinos tuareg Tinariwen o Tamikrest— amortizan un espíritu juvenil deslumbrado por lo occidental. También las guitarras eléctricas reptan y caracolean, y en un tema como «Nick» aflora la influencia directa del blues zapateado a diario en los tugurios del Delta, pero sus letras amplían la temática habitual —el papel central de las mujeres en las sociedades africanas y la contagiosa alegría de vivir de su pueblo, el parentesco maliciosamente bromista que se establece entre etnias amigas, por supuesto el desierto y su infinidad— a otras propias de gentes leídas.

En «Irganda», por ejemplo, se abordan los peligros medioambientales, más acuciantes hoy por el cambio climático y la reciente industrialización del país; y en «Petits Métiers» se advierte a la ciudadanía de que no debe vivir de la ayuda humanitaria, pues lo esencial es seguir extrayendo riqueza de la naturaleza, no olvidar el ganado y la artesanía. Sonhoy Blues no quieren depender de Europa, como sus padres y abuelos, sino retomar las riendas de su destino nacional.

El dicharachero Music in Exile concluye en «Mali», cántico acústico cuya letra se pregunta qué pensaría el padre fundador Modibo Keita de seguir vivo y ver las dificultades que atraviesa su pueblo. Como ellos explican: ‘’Cuando nuestros padres crearon este país, tuvieron una visión, la de un pueblo en paz que dio grandes hombres, una tierra que prosperaría y se desarrollaría. Debemos tratar de ir en esa dirección, la del progreso, y no sembrar las semillas de futuras guerras. La canción trata de la belleza de nuestro país, del orgullo nacional en el corazón de nuestra gente. Si Modibo viviese, no estaría de acuerdo con los que alientan la guerra. Se sentiría tan desilusionado que preferiría volver a su tumba’’.

 

PSICODELIA TUAREG

También la peripecia vital de Omar Moctar, nacido en 1980 en Tidene, Níger, emplazamiento tuareg a ochenta kilómetros de Agadez, sigue los senderos hollados por otros nómadas cuya música se ha internacionalizado. Bombino, su nombre artístico, vivió la rebelión tribal de 1990 y su brutal represión, exiliándose con su padre y su abuela en Argelia. Aprende a tocar cuando unos parientes de visita olvidan una guitarra en su casa. Se traslada luego a Libia, donde es pastor de ovejas en el desierto, pero no olvida su devoción por la guitarra, que acrecienta el descubrimiento de Hendrix y Marley, también Led Zeppelin. En 1997 puede regresar a Agadez e iniciar una carrera como músico profesional: entra en la banda del famoso guitarrista Haja Bebe, miembro del partido político tuareg, donde recibe su alias, por la palabra italiana ‘’bambino’’. Pasarán diez años hasta que sea descubierto como solista tocando en una boda, pero en 2007 una nueva rebelión tuareg, en la que dos de sus colegas músicos son ejecutados, le obliga a exiliarse de nuevo, esta vez a Burkina Faso. El gobierno ha prohibido las guitarras, símbolo de la rebelión. ‘’Yo no veo mi guitarra como un arma’’, declara él, ‘’sino como un martillo con el que construir una casa para mi pueblo’’.

Finalmente, el cineasta británico Ron Wyman, que ha escuchado una de sus casetes, le localiza y le anima a grabar profesionalmente. El resultado, Agadez (Cumbancha, 2011), alcanza el primer puesto en la lista de world music de iTunes, y Wyman puede contar su historia con todo detalle en el documental Agadez: The Music and the Rebellion. Este suceso mundial atrae a Dan Auerbach, del dúo The Black Keys, que invita a Bombino a viajar a Nashville para registrar Nomad (Nonesuch-Warner, 2013). Aun en tierra extraña, el álbum no se rinde al colonialismo estilístico, regatea como en zoco hasta dar con un vibrante terreno común entre ambos mundos, el blues afroamericano y la rapsodia tuareg. Esta música decididamente bailable, sustentada en hipnóticos patrones rítmicos, con el incesante borboteo de la guitarra como seña identitaria, transporta a una jubilosa dimensión, en su caso más lúdica que trascendente. Hilvanando los seculares ecos del Sahara, conjurados por esas brisas que refrescan las dunas al atardecer, con la electricidad del rock psicodélico, Bombino sigue girando con éxito por Estados Unidos y Europa, reclamado por los principales festivales.

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Texto: Ignacio Juliá

(artículo publicado en Ruta 66 327, junio 2015)

 

 

 

 

 

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