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Erizonte / Les Rauchen Verboten, Fun House (Madrid)

ERIZONTE (2)

El cielo sobre Madrid y la parte de los ángeles.

«Cuando el niño era niño, caminaba con los brazos abiertos, quería que el riachuelo fuera un río, el río un torrente y el charco un mar. tenía un tirabuzón en el pelo y nunca hacía muecas al hacerse fotos.» (Peter Handke).

Los ángeles contemplan Berlín desde su atalaya. Escuchan los deseos y los pensamientos de sus habitantes y asisten, privilegiados, a conciertos de Nick Cave. Siempre bellos, lánguidos y lejanos. Reconfortantes solo en las leves caricias que creemos haber imaginado. Los ángeles que sobrevuelan “El cielo sobre Berlín” no sufren, porque no viven. Solo algunos se atreven a cruzar al otro lado. Y siempre, cuando lo hacen, es por amor.

La peregrina excusa del cartel que permite fumar a los protagonistas del filme dirigido por Wim Wenders en 1987 (“Les Rauchen Verboten”, se lee en la escena del circo) sirve como metáfora liada con papel fino a lo que se vivió el pasado jueves en la madrileña sala Fun House. “Cosas de brujas”, que diría Julián Sanz (Erizonte) durante la primera de sus cortas intervenciones. En días donde lo limpio y aséptico se valoran como atributos, llegaban como de otro mundo, un mundo raro, personajes mitificados por la contraMovida Madrileña, que aún se atreven a salir de su zona de confort para ofrecer una propuesta distinta, original y memorable. Comenzaban Erizonte con timidez y una introducción sintética que daba paso, casi sin capacidad de respuesta, a lo orgánico de su último trabajo, “Suite de los caprichos de Goya” (Discos Necesarios, 2015). Cencerros, un barreño por el que se deslizaban canicas, un trozo de cuerda asido por Julián al micrófono… elementos cotidianos en la época vivida por el maestro Goya, aderezados con inquietantes cadencias mántricas al piano y la siempre impresionante capacidad de Javier Scud Hero para crear atmósferas sonoras de una belleza opresiva y ansiosa, que Sanz maneja con pericia y moldea en figuras sonoras tales como “El sueño de la razón produce monstruos”.

ERIZONTE

Resulta difícil describir (no ya digamos definir) el proyecto Erizonte. Un animal sonoro mitológico, como el propio Sanz lo describe, afincado en la tensión, lo visceral y soterrado en el inconsciente. Un pequeño recuerdo olvidado que reaparece entre los riffs de bajo del hierático Julián Sanz (miembro también de Mar Otra Vez y Spanish Crooners), quien de vez en cuando se permitía dejar escapar una sonrisa furibunda de satisfacción; la intensidad de Jesús Alonso (también en Les Rauchen Verboten y Leone) y el histrionismo de Javier Scud Hero. Personalidades que han crecido en los escenarios, en las salas y a las que la historia les debe una apuesta. Una vez terminados los fragmentos adaptados de la Suite, Erizonte entraba a la carga con “Daltonismo. Luz”, tema parte del faraónico proyecto Canción de Amor de un Día, de Javier Corcobado. “No vamos a tocar 24 horas. No será por falta de ganas”, bromeaba Julián Sanz con el respetable, llamativamente lleno de personajes que, si bien en aquel momento ocupaban el puesto de oyentes, bien podrían haber formado parte también del espectáculo. Improvisación, fuerza e intensidad transmitida con elegancia y cuidado envoltorio psicotrópico.

Terminaba el periplo de Erizonte con la catártica reivindicación “Dios es la gravedad” y las ganas de más. Sin bises ni concesiones. Le tocaba el turno a los almerienses Les Rauchen Verboten. Y, si en Erizonte la premisa era la tensión contenida, con Les Rauchen llegaba la violencia y el paroxismo. Ignacio Ruiz se hacía a su saxo como si de un apéndice de su propio cuerpo se tratara, Jesús Alonso daba el todo por el todo, convirtiéndose en base de una actuación que podría correr el riesgo de desmadrarse (más) y A.L. Guillén se dejaba llevar por el ruidismo y la distorsión de su guitarra hasta lugares que el resto del respetable solo logramos avistar de reojo. Famosos por su tendencia a “romper cosas” y sangrar en pleno directo, el trío daba una lección de lo que significa la música como experiencia, más allá de partituras o conceptos.

LES RAUCHEN VERBOTEN(Les Rauchen Verboten)

“No estáis presentando los temas”, les gritaba un espontáneo entre el público a los de Almería. Al instante, Ignacio Ruiz pausaba su solo de saxo y le robaba el micrófono a A.L. Guillén. “Esta es Huesos rotos. Jesús Alonso combinaba la batería con el grito de “¡¡Huesos rotos!!” y volvía a dar comienzo a la locura. A.L. Guillén recorriendo cada centímetro del suelo de la FunHouse con su cuerpo y su guitarra mientras Alonso destripaba los tambores y Ruiz hacía rugir a su saxo. Sudor, mucho sudor. La intensidad del ejercicio sonoro llegaba hasta la audiencia transformado en fiebre y complicidad.

En una época en la que la norma parece ser el deseo de lo lejano, de la parte de los ángeles, los protagonistas de aquella noche en FunHouse rompieron con la tendencia demostrando, una vez más, que la vida no es para sentirla de puntillas y sin hacer ruido. Que la música, como espejo de la vida, puede ir más allá de lo establecido y lo socialmente aceptado.Y que lo suyo, tanto en la vida como en la música, va más allá de las tablas para convertirse en filosofía. Porque, ¿quién querría ser ángel, pudiendo ser humano?

 

Texto: Elena Rosillo

Fotos: VI-TWINS

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