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Javier Colis & El Ser Humano, Fotomatón (Madrid)

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Javier Colis es un ser escurridizo. Resulta difícil determinar dónde empieza su obra. Mucho más, tratar de acotar el final. Al igual que los loops que sirven como único acompañamiento a este genio desmitificado y olvidado, su música nos lleva a rincones pantanosos y nublados, narcotizantes, en los que, pese a todo, nos sentimos cómodos y seguros. “No es por mí”, repetiría el riojano en elipse constante. Quizás sea cierto, y no sea cosa suya, sino de las miles de referencias que encierra cada una de sus composiciones. “Hay bastante gente haciendo moderneces por ahí y están vacías, porque sus referencias son demasiado pocas y muy cortas de recorrido”, respondía el artista hace años durante un encuentro digital con sus contados (pero eruditos) seguidores. La música de Colis suena antigua sin serlo. Aunque el término correcto en este caso sería atemporal. Por el propio Colis tampoco parecen pasar los años. Pertenece a esa generación de genios silenciados y olvidados que continúan su camino sin que las fatalidades ni las alegrías ni los minutos hagan mella en su rostro de Peter Pan de flequillo cubierto de canas. A veces me da por pensar que tanto Javier como Nacho Colis, Javier Corcobado, Julián Sanz “Erizonte” y demás calaña (de la buena) compraron en aquellos tiempos que ya no existen algunos retratos de Dorian Grey al por mayor. Pinturas por las que pasan las vivencias que ni su físico ni su gesto reflejan.

De lejos, sobre el escenario, Colis parece hacer gala de un alma vieja – como una sombra negra atravesaba el Fotomatón Bar justo antes de subirse al escenario, acaparando las miradas de los pocos que habíamos decidido ser puntuales a la cita. En apariencia lejano. En apariencia, inasequible -, un timbre provecto, ronco, rasgado, de fumador por principios, palpable en canciones aún sin bautizar. En su repertorio entraron un par de inéditos que ni siquiera pertenecen al disco que Luscinia Records publicará (creemos) en mayo; sino al siguiente, ese que aún se encuentra en proceso de gestación. Sus palabras en los entreactos, sin embargo, resultaron suaves, alegres. Jóvenes. El riojano bromeaba con su audiencia exponencial – en Madrid no estamos acostumbrados a la puntualidad, y el ya “cincuentañero” (que no cincuentón) sacaba sus raíces más británicas comenzando el cortísimo show (apenas media hora, como ya es costumbre en el artista) a la hora justa que marcaba el evento. Que si se le olvidaba borrar las grabaciones de su loop, que si agradecimientos a El Ser Humano por dejarle telonear la presentación de su disco (Javier Colis teloneando… cosas veredes)… las bromas del llamado Leonard Cohen español – muy al caso del trabajo que le llevó a girar por los EE.UU a lomos de una “Balada de la yegua ausente”, homenajeando al canadiense -, se desarrollaba con timidez y mirada escurridiza.

Vamos a Morir, Demonios Tus Ojos, Mil Dolores Pequeños, SuperElvis, Justo Bagüeste, Clónicos, Los Cuantos, Forastero, La Femme Fakir, Javier Colis y Los Muertos, Javier Colis y las Malas Lenguas… los nombres y fechas se acumulan en la espalda del compositor riojano, que a ratos parece estar en todas partes, y en ninguna a la vez. “Para mi gusto y en mi caso, creo que cualquier tiempo pasado fue peor”, respondía Colis en otro encuentro. Va dejando un reguero de títulos y melodías la creatividad de un hombre que solo parece seguro asido a su Gibson Les Paul y su amplificador Roland Jazz Chorus. Ese que le lleva acompañando desde 1990. Histriónico y visceral, tuvo que esperar el respetable reunido en el Fotomatón Bar un par de temas instrumentales (guitarristicos, valga la redundancia) hasta escuchar la voz de crooner oscuro, hipnótica como las melodías que mezclan la faceta más brutal y experimental de Colis con una ristra de sabores del Mississippi, de Frank Zappa, de Robert Tripp. De sí mismo, en ocasiones. El conjuro terminaba de manera abrupta y precipitada. De nada servía pedirle otra al maestro Colis. Hay músicos de resistencia, y otros de spring. Colis lo dio todo en poco tiempo. Será por aquello de cumplir el tópico de que los buenos perfumes van en frasco pequeño.

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Recogían el mal testigo – parte de la audiencia desapareció una vez lo hizo Colis – El Ser Humano, formación valenciana que contrastaba con el anterior al sacar a relucir referencias cincuenteras, más tirando a los Beach Boys que a la new wave. Melodías alegres de regusto ácido las de este nuevo “3” (Luscinia Records, 2016), que complementaban otras rescatadas de su “Egresión” (Luscinia Records, 2014). Compases que invitaban al baile si se obvian sus mensajes rojo-azulados, como los de una película de David Lynch. Batería protagonista junto con la acústica de Gonzalo (voz de la formación). Y mucho sentimiento, pese a lo ambigua que pueda sonar la expresión. Deberían haber dado para mucho más los de Valencia, y con toda probabilidad, lo harán. La suya es música más acorde (a mi gusto) para el aire libre y las grandes audiencias, no para el gris y lluvioso Madrid de mediados de abril. Se merecen más de lo que están dando, los de Valencia. Pero ya llegará. Y nosotros lo veremos.

 

Texto y fotos: Elena Rosillo

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