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Royal Blood, La Riviera, Madrid

Cuando uno escucha por primera vez a los Royal Blood no puede evitar pensar en nombres como Muse o White Stripes por citar algunos, y no solo por los puentes o giros de voz, que recuerdan en bastantes ocasiones a Jack White, sino porque ya ha dejado de ser una novedad que un dúo se atreva a tocar rock sin más armas que un par de instrumentos. La primicia aquí está en que, mientras Ben Thatcher se encarga de la batería, Mike Kerr se ha decantado por la voz y el bajo, y no necesitan nada más.

Apoyándose decididamente en una tecnología capaz de aportar la necesaria seña de identidad que busca el grupo, su enérgica música encuentra raíces en Queen of the Stone Edge, Led Zeppelin, Nirvana o Foo Fighters… No en vano, las imágenes de Dave Grohl y John Bonham no faltan en el altar particular de su batería. Cuando uno se encara con la música de Royal Blood, saltan las similitudes casi sin querer y es que aquí no hay nada nuevo. Entonces, ¿a qué viene tanto revuelo?
En la tarea de intentar explicar el fulgurante éxito de Royal Blood partimos en seguida de lo absurdo con tan solo echar un vistazo a su breve historia que comienza en Brighton, Inglaterra, en 2013, donde tras su regreso de un viaje por Australia, Mike Kerr ensaya unas canciones con su amigo Thatcher para tocarlas en un bar; el concierto resulta tan sonado que deciden consolidarse como banda.

En julio, antes de que nadie sepa quiénes son, Matt Helders, batería de Arctic Monkeys, se viste con una camiseta con el nombre de Royal Blood en el pecho durante su actuación en el Festival de Glastonbury. Saltan las alarmas y cuatro meses después lanzan su primer sencillo, Out of the Black, al mismo tiempo que anuncian el apoyo como teloneros —qué casualidad—, a los Monos del Ártico en el concierto que darán en mayo de 2014, en el Finsbury Park de Londres.
Con la edición de su primer single todo cambiará para Royal Blood. El interés que suscitan a partir de entonces irá contagiándose como la gripe, hasta llegar al más certero: el de la industria discográfica. Cuando todo indicaba que los objetivos de la radio británica se distanciaban más y más de la música rock, la BBC se vuelca con ellos y los nombra la banda más interesante del año.

A Out of the Black le sigue el lanzamiento del segundo sencillo, Little Monster, en febrero de 2014 y un mes más tarde, un extended play con cuatro canciones en Norteamérica. Sus apariciones como teloneros de los Pixies o compartiendo cartel junto a otros artistas en prestigiosos eventos y festivales como Glastonbury, T in the Park o el Reading Festival, no hacen más que acrecentar su reputación hasta que por fin, en agosto de 2014, sacan a la venta su esperado larga duración, titulado igual que ellos: Royal Blood. En su primera semana el disco consigue vender en Inglaterra la cifra de 66.000 copias y se elevan automáticamente a lo más alto de las listas británicas.
Respaldados por una poderosa promoción de indudable calidad a través de costosos videoclips seducen fácilmente al público, a la prensa especializada, a la crítica… Para colmo, en febrero consiguen el premio al mejor grupo británico en los Brit Awards de la mano del mismísimo Jimmy Page. Pocas bandas han generado semejante atención mediática con tan poca trayectoria. ¿Estamos entonces ante un nuevo producto discográfico al que no estábamos acostumbrados? Evidentemente sí, aunque el juego está en mostrar todo lo contrario. Sin embargo, reconozcámoslo, su música engancha a la primera gracias a un rock enérgico y adictivo, de muy fácil asimilación, y es ahí donde reside su acertada fórmula. Tras el anuncio de sus conciertos en Barcelona y Madrid, aunque no sin escepticismo y curiosidad, la oportunidad de poder verlos en directo se hacía ineludible.

Con Hole, el título que da nombre a la cara b de su single Little Monster, abrirían la noche en La Riviera, donde todo el billetaje había sido vendido previamente. Lo primero que sorprende en un concierto de Royal Blood son sus seguidores; una amalgama de aficionados donde el acné juvenil se mezcla con las canas y la alopecia, que evidencia de antemano la calidad de su cebo en forma de música apta para captar a todos los públicos. Y es que la propuesta del dúo británico evita las complicaciones, buscando y encontrando la eficacia de una forma contundente en temas como Come On Over o Figure It Out, por poner solo dos ejemplos, donde consiguen la entrega inmediata de su público. Su puesta en escena es sólida y certera de principio a fin, al igual que su sonido, y por ello convencen sin reparos.

Ben Thatcher, cuyo rostro es prácticamente inexpresivo, se emplea a fondo tras sus baquetas mientras Mike Kerr utiliza varios bajos y una singular pedalera a lo largo de todo el recital para conseguir lo que busca: la tan ansiada autenticidad en el sonido de su instrumento. «Añadir trucos de estudio o engañar de alguna manera lo arruinaría todo —declara el bajista y cantante de la banda—. Así que optamos por no hacer nada en el disco que no pudiésemos reproducir en directo». Algo que desafortunadamente se toman al pie de la letra y que inevitablemente juega en su contra porque en el directo de Royal Blood apenas hay cabida para la improvisación.

El fin de fiesta llega con un Out Of The Black subido al máximo volumen, poniendo el broche de oro a un repertorio de mérito realmente impactante que el grupo ha demostrado saber defender con autoridad y calidad sobradas. Eso sí, durante escasos setenta minutos ya que, debido a su corta vida, su escueto material sonoro no da más de sí, pese a haber interpretado íntegramente su álbum de debut más dos caras B.

Sin embargo, una vez aclarados lo cierto y lo absurdo de la historia de Royal Blood, y disfrutada la curiosidad de verlos en directo, el escepticismo permanece latente. Eslóganes como «sangre nueva en el rock», «la nueva sensación» o «los salvadores del rock» nunca fueron sinónimos de longevidad aplicados a este tipo de bandas tan prematuramente exitosas y con tan pocos recursos. La fórmula que defiende Royal Blood, aunque efectiva, no puede sostenerse mucho tiempo por sí sola si no varía o evoluciona de alguna manera. Veremos qué les depara el futuro a estos músicos, pues el éxito continuado jamás fue una cuestión de suerte. Pero por el momento disfrutemos de esta sangre real; no pensemos en el mañana.

 

Texto y foto: Javier Cosmen Concejo

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