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The Mavericks conquistan el diván del mundo

MavericksMucho menos pretencioso de lo que su nombre indica, Le Divan Du Monde es una pequeña sala parisina con aforo para apenas 300 personas en forma de semicírculo pero con una acústica excelente para cualquier concierto de rock. Allí nos plantamos servidor y pareja para comprobar como sonaban en directo los temas de unos recuperados Mavericks cuya gira de presentación ha decidido no pasar por España (y van…). Ante el aviso de que los conciertos en Francia empiezan a su hora, cosa de la que podrían tomar nota los promotores patrios, iniciamos cola para entrar en la sala 45 minutos antes del inicio de la actuación y sorprendernos de la fauna que iba a poblar, aparentemente, el local. Sexagenarias ataviadas con vestidos de princesa y collares de perlas se combinaban con sus señores maridos, aún mayores, que escondían sus prominentes panzas en camisas tejanas y ocultaban sus canas o directamente su calvicie en sombreros Stetson o pañuelos cuyo estampado se limitaba a las consabidas barras y estrellas. Por suerte el perfil de edad disminuyó conforme se acercaba la hora del evento y la media de edad fue disminuyendo conforme pasaban los minutos para situarse, más o menos, en lo habitual en esto del rock. Vamos, que los jóvenes brillaban por su ausencia, pero de maduritos resultones habíamos unos cuantos.

 

Mavericks Paris1Cinco minutos después de la hora prevista aparecen en escena The Mavericks. Los cuatro miembros titulares de la banda se acompañan de un bajista que sustituye a Robert Reynolds, saxofón, trompeta y acordeón. Eddie Pérez aparece ataviado con una explosiva americana roja que acabará cambiando por una violeta aún más espectacular, Jerry Dale McFadden se sitúa tras sus teclados con un traje verde estampado en tulipanes rojos y un bombín que quita el hipo, Paul Dekin opta por corbata y chaleco impecables para coger sus baquetas y Raúl Malo aparece con camisa negra con chorreras, pañuelo verde protegiendo su privilegiada garganta y Stetson. La fiesta arranca con «All Night Long» tema que también inicia su espléndido último disco Mono y ya no va a parar en las ¡dos horas y media que nos quedan de recorrido! Sonrientes desde el inicio, el espíritu festivo arranca desde el mismo escenario y acaba contagiando en segundos a toda la sala. Suenan «Summertime (When I’m With You)», «Stories We Could Tell», «What Do You Do To Me» y un «Back In Your Arms Again» que a pesar de pertenecer a su anterior In Time ya se ha convertido en un clásico que enfervoriza al público, aún más si cabe.

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A partir de ahí los momentos estelares se suceden casi sin descanso. «What A Crying Shame», su primer gran éxito, suena espléndida (como todo), la preciosa «Foolish Heart» pone uno de los momentos de pausa y «Sinners & Saints» supone la única concesión a los discos en solitario de un Malo que no para de sonreír en toda la velada. «Pardon Me», otra de las lentas, esta extraída de Mono, pone la piel de gallina y «Because Of You» confirma que todo suena a la perfección. El grupo se muestra relajado, parece que ensayan con un grupo de amigos y el público está encantado. «Loving Tonight» pone el punto final al concierto. O no. Porque Raúl vuelve a aparecer ataviado solo con su guitarra acústica para bordar «Mona Lisa» de Nat King Cole e iniciar, no un bis, sino una segunda parte en toda regla que se alargó hasta 50 minutos. Ahí se llevaron la palma «Amsterdam Moon», «Every Little Thing About You», «Nitty Gritty», versión de Doug Sahm que ya han hecho propia, y la imprescindible «Dance The Night Away» con un Malo quizá demasiado cansado ya.

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Pero la gente quiere más. Dos horas y cuarto no son suficientes y los músicos vuelven a salir para repetir (que poco me gusta esto) «All Night Long» y poner patas arriba la sala con « All You Ever Do Is Bring Me Down». Parece que Raúl no puede más cuando se gira hacia la banda y entre la locura del público grita “one more” para afrontar «(Waiting For) The World To End» con las pocas fuerzas que le quedan. Entonces sí: abrazos entre los músicos, saludos al respetable y sonrisas por doquier. Cansados, se quedan en el escenario repartiendo apretones de manos, púas de guitarras y abrazos. Servidor y su chica se retiran para encaminarse hacia la plaza Pigalle, comprarse un trozo de pizza y mirando hacia el Moulin Rouge intentar mantener lo que acaban de ver en sus retinas y oídos por mucho tiempo.

 

Eduardo Izquierdo

 

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